La peor edad.
Desde que me dedico a esto del fomento de la lectura he
escuchado muchas opiniones sobre cuál es la peor edad de un lector
infantil-juvenil y, si os digo la verdad, todas tienen sentido y razón de ser.
Para unos, la peor edad es, justo, cuando los niños empiezan
a leer. Se dan cuenta de lo difícil que es, les cuesta un mundo descifrar cada
palabra y no digamos ya entender lo que leen. Quieren leer los cuentos rápido,
entonando, haciéndolos bonitos, como papá, mamá, los abuelos y todos los
adultos que les leen a ellos pero, para su frustración, no son capaces y
necesitarán un poco de entrenamiento para conseguirlo.
Para otros, la peor edad ronda de los 8 a los 10 años. Es el
momento de empezar a leer solos, a crear su camino individual como lector y a
adentrarse en las páginas de los libros sin la compañía de los adultos. Esto,
para muchos niños, ya no es tan emocionante, se sienten abandonados por sus
mayores porque “ya sabes leer tú solo” y el rato de lectura, que antes era
divertido, ahora se vuelve denso y aburrido.
También hay quien piensa que la peor edad es cuando entran
en la adolescencia, a partir de los 13 o 14 años. Los intereses cambian,
empiezan a descubrir que los límites del mundo son mucho más grandes de lo que
veían hasta ahora y la vida ofrece tantas alternativas que los libros y sus
historias quedan relegados a un segundo plano.
Todos y cada uno de estos momentos son, en efecto, pequeñas
fases que pasar en la experiencia lectora de las persona pero no son, en
absoluto, muros que subir o retos imposibles. Igual que, cuando aprendemos a
caminar o a hablar, cada uno tenemos nuestros tiempos, cuando aprendemos a leer
también debemos evolucionar y eso
conlleva muchas cosas.
Leer requiere esfuerzo, como casi todo, y no es una de esas
cosas que solo hagamos para divertirnos. TENEMOS que aprender a leer, lo
necesitamos así que, una vez que empezamos el proceso, el carácter lúdico, a
veces, queda un poco emborronado por la obligación.
Teóricamente, aquí es donde debemos estar los adultos para
acompañar a nuestros pequeños lectores y demostrarles que el esfuerzo valdrá la
pena. Todas estas fases de las que hemos hablado son mucho menos duras si no
las hacemos solos. Es decir, que, cuando el niño empiece a leer, le demostremos
que, poco a poco, será más fácil, acompañándole, leyendo con él y compartiendo
la carga de cada nueva página.
Que
no le abandonemos, cuando ya lo sabe hacer bien, ya que la lectura formaba
parte de esos ratos divertidos que pasabais juntos. Si saben que es muy
divertido, querrán hacerlo solos e investigar cada vez más pero no querrán
perder ese vínculo con nosotros. Es el momento de empezar a situarnos en un
segundo plano, de mostrar interés por sus lecturas pero dejándoles, si quieren,
enfrentarlas solos y, también, de seguir leyendo juntos porque, lo que les
gusta no es solo el libro y la aventura, es descubrirlo con quienes más les
quieren.
Y cuando llega la adolescencia y todo se vuelve complicado, que
les dejemos espacio. ¿No leen? ¿Qué más da? Si les hemos demostrado lo
divertido que es, ellos solos decidirán qué tipo de lector quieren ser. Podemos
seguir recomendándoles, hablándoles de libros que nos gustan, interesándonos
por lo que leen o quieren leer, pero, aunque el ritmo baje, hay que respetarlo.
Hoy en día hay, además, un millón de
libros “de adolescentes”, tampoco debemos cometer el error de menospreciarlos, es
su lectura, es su rato de entretenerse, no tienen por qué hacerlo con el mismo
libro con que lo hicimos nosotros.
Tratamos
de demostrar que la lectura es, además de algo necesario, una manera estupenda
de pasar el tiempo, otra forma de divertirse así que no debe ser una
obligación. Ser lector es una opción como otra cualquiera y no pasa nada si, en
una época u otra, nos apetece más hacer otras cosas.
Por
otro lado, nosotros, como adultos lectores, somos los que debemos demostrar que
es algo maravilloso y eso no lo
conseguiremos nunca obligando a leer o reprochando “ya no lees nada”.
¿Sabéis?
Yo también tuve mi época de no leer. Sí señor, fue a los 17 años y no pasó
nada, como leer me gustaba, volví a retomarlo cuando llegó el momento.
¿Qué
opináis? ¿Hay una peor edad? ¿Tuvisteis una fase no lectora? ¿Qué pasó después?