jueves, 27 de marzo de 2014

Humildes consejos y cavilaciones de una lectora voraz


La peor edad.

         Desde que me dedico a esto del fomento de la lectura he escuchado muchas opiniones sobre cuál es la peor edad de un lector infantil-juvenil y, si os digo la verdad, todas tienen sentido y razón de ser.

         Para unos, la peor edad es, justo, cuando los niños empiezan a leer. Se dan cuenta de lo difícil que es, les cuesta un mundo descifrar cada palabra y no digamos ya entender lo que leen. Quieren leer los cuentos rápido, entonando, haciéndolos bonitos, como papá, mamá, los abuelos y todos los adultos que les leen a ellos pero, para su frustración, no son capaces y necesitarán un poco de entrenamiento para conseguirlo.

         Para otros, la peor edad ronda de los 8 a los 10 años. Es el momento de empezar a leer solos, a crear su camino individual como lector y a adentrarse en las páginas de los libros sin la compañía de los adultos. Esto, para muchos niños, ya no es tan emocionante, se sienten abandonados por sus mayores porque “ya sabes leer tú solo” y el rato de lectura, que antes era divertido, ahora se vuelve denso y aburrido.


         También hay quien piensa que la peor edad es cuando entran en la adolescencia, a partir de los 13 o 14 años. Los intereses cambian, empiezan a descubrir que los límites del mundo son mucho más grandes de lo que veían hasta ahora y la vida ofrece tantas alternativas que los libros y sus historias quedan relegados a un segundo plano.

         Todos y cada uno de estos momentos son, en efecto, pequeñas fases que pasar en la experiencia lectora de las persona pero no son, en absoluto, muros que subir o retos imposibles. Igual que, cuando aprendemos a caminar o a hablar, cada uno tenemos nuestros tiempos, cuando aprendemos a leer también  debemos evolucionar y eso conlleva muchas cosas.

         Leer requiere esfuerzo, como casi todo, y no es una de esas cosas que solo hagamos para divertirnos. TENEMOS que aprender a leer, lo necesitamos así que, una vez que empezamos el proceso, el carácter lúdico, a veces, queda un poco emborronado por la obligación.


         Teóricamente, aquí es donde debemos estar los adultos para acompañar a nuestros pequeños lectores y demostrarles que el esfuerzo valdrá la pena. Todas estas fases de las que hemos hablado son mucho menos duras si no las hacemos solos. Es decir, que, cuando el niño empiece a leer, le demostremos que, poco a poco, será más fácil, acompañándole, leyendo con él y compartiendo la carga de cada nueva página.

Que no le abandonemos, cuando ya lo sabe hacer bien, ya que la lectura formaba parte de esos ratos divertidos que pasabais juntos. Si saben que es muy divertido, querrán hacerlo solos e investigar cada vez más pero no querrán perder ese vínculo con nosotros. Es el momento de empezar a situarnos en un segundo plano, de mostrar interés por sus lecturas pero dejándoles, si quieren, enfrentarlas solos y, también, de seguir leyendo juntos porque, lo que les gusta no es solo el libro y la aventura, es descubrirlo con quienes más les quieren.

         Y cuando llega la adolescencia y todo se vuelve complicado, que les dejemos espacio. ¿No leen? ¿Qué más da? Si les hemos demostrado lo divertido que es, ellos solos decidirán qué tipo de lector quieren ser. Podemos seguir recomendándoles, hablándoles de libros que nos gustan, interesándonos por lo que leen o quieren leer, pero, aunque el ritmo baje, hay que respetarlo. Hoy en día hay, además,  un millón de libros “de adolescentes”, tampoco debemos cometer el error de menospreciarlos, es su lectura, es su rato de entretenerse, no tienen por qué hacerlo con el mismo libro con que lo hicimos nosotros.


Tratamos de demostrar que la lectura es, además de algo necesario, una manera estupenda de pasar el tiempo, otra forma de divertirse así que no debe ser una obligación. Ser lector es una opción como otra cualquiera y no pasa nada si, en una época u otra, nos apetece más hacer otras cosas.

Por otro lado, nosotros, como adultos lectores, somos los que debemos demostrar que es algo maravilloso y  eso no lo conseguiremos nunca obligando a leer o reprochando “ya no lees nada”.

¿Sabéis? Yo también tuve mi época de no leer. Sí señor, fue a los 17 años y no pasó nada, como leer me gustaba, volví a retomarlo cuando llegó el momento.

¿Qué opináis? ¿Hay una peor edad? ¿Tuvisteis una fase no lectora? ¿Qué pasó después?

jueves, 13 de marzo de 2014

Doña Eremita sobre ruedas. Quentin Blake.


         Es curioso que haya libros que, a pesar de ser de mis preferidos hace mucho, mucho tiempo, nunca os haya hablado de ellos. Es curioso y se merece un tirón de orejas para mí solita, mal, muy mal, ¿cómo es que hasta ahora no os había hablado de Doña Eremita? Pues supongo que, como tantas otras veces, porque pensé que lo había hecho.

 

         No sé si ya os he contado que a Jaime y a mí nos encanta pasear y viajar en moto, nos encanta mucho, mucho y no usamos otro medio de transporte a no ser que sea inevitable. Pues bien, en la moto siempre llevas muchas más cosas de las que uno pensaría que hacen falta. Llevas herramientas, por si la moto se estropea; toallitas, por si te manchas; ropa de más por si al caer la noche hace frío; ropa de agua por si de repente llueve… Y cuando vamos a salir de viaje y hemos puesto todas las cosas que hay que llevar encima de la cama (entre las que no faltan uno o dos libros y mis lanas) y Jaime me mira y me dice “es imposible que metamos todo esto en el baúl y las alforjas”, entonces, yo me acuerdo de doña Eremita.

         Porque, aunque ella y su perro Mambrú viajan en bici y no en moto tienen el mismo problema que nosotros y en cada nueva parada descubren que “a esta bici lo que le hace falta es…”.


         Lo mejor de doña Eremita es que nada la detiene y enseguida encuentra la manera de resolver los problemas. Mambrú, su bici y ella pueden llegar a cualquier parte y no importa si llueve, si se sale la cadena, si se ensucia, si tienen hambre… hasta cuando Mambrú se siente cansado se las arreglan para hacerle un hueco en la bicicleta.

         Como todos los libros de Quentin Blake, este irradia optimismo, positivismo y alegría en cada página. El autor, con el humor gamberro y sencillo que le caracteriza nos cuenta una historia muy divertida y nos anima a ver la vida siempre de manera resuelta, ¿qué nos puede parar? Doña Eremita es la viva imagen de que nada. Siempre se nos puede ocurrir una idea genial, siempre podemos sacar partido de las cosas, y siempre podemos encontrar nuevos caminos.


         Supongo que por eso, y porque sus inconfundibles ilustraciones son capaces de llegarnos al alma y de hacernos querer a todos sus personajes, Quentin Blake sigue siendo, para mí, uno de los magos de la literatura infantil. Sin que nos demos cuenta nos anima, en cada lectura, a creer en nosotros, ¿no queréis ser vosotros como doña Eremita? Yo, desde luego que sí.
 
 

jueves, 6 de marzo de 2014

El callejón Voltaire. Una copa de veneno. P.D. Baccalario. A. Gatti.


         Últimamente estoy descubriendo muchos libros interesantes y, el caso, es que no puedo actualizar el blog todo lo a menudo que quisiera para enseñároslos todos. En fin, que vamos un pelín despacio pero oye, irán llegando.

         El que traigo hoy, os cuento, me ha conquistado por completo.

         Ya conocéis mi afición por la novela policiaca y también me habéis oído decir que es complicado ver este tipo de literatura dirigida a los más pequeños, por eso, encontrarme con historias como esta me reconcilia con mi mundo de cuentos y me demuestra, una vez más, que las palabras tienen espacio para todos.


         Los vecinos del callejón Voltaire, en París, son, por decirlo de algún modo, tremendamente curiosos y, además, amantes de los misterios, las novelas policiacas y de Darbon, el detective más famoso que ha habido jamás en la ciudad (“el más famoso después de Maigret, naturalmente. Solo que Maigret es un personaje inventado”). Por eso, no es de extrañar que se unan para investigar cualquier cosa que les parezca sospechosa, en este caso, el extraño comportamiento de un tal señor Deloffre o la muerte de la condesa Blumier… ¿No os parece emocionante?

         Es justo reconocer que parte del atractivo de este libro, así, a bote pronto, se lo dan unas ilustraciones, en colores la portada y en blanco y negro el interior, evocadoras y listas para complementar el texto de manera que no podamos evitar recordar y sentirnos cerca de los personajes y escenarios creados por los mismísimos Agatha Christie o Simenon.

         Una vez que tenemos el libro en nuestras manos y nos sumergimos en sus letras, Baccalario y Gatti hacen el resto y página tras página consiguen intrigarnos, divertirnos y sorprendernos a partes iguales.


         Esta historia me ha gustado, no solo por sus misterios y su ambientación; los personajes son simpáticos y entrañables y cada uno cumple su papel a la perfección; la acción se desarrolla de manera ágil y ligera, sin cansar al lector, más bien al contrario, animándole a seguir con nuevas dudas y bien acompañado; y el humor y el desenfado campan a sus anchas incluso en los momentos más peligrosos.

         Bajo mi punto de vista esta es una serie de esas prometedoras, que entretienen y hacen disfrutar a quien las lee mientras, de refilón, nos enseña algunas cosillas interesantes. A mí me ha gustado mucho la primera aventura de Anette, Fabó y todos sus vecinos así que es muy probable que todos ellos vuelvan a visitarnos más adelante.

         ¿Qué os parece? ¿Conocíais a estos locos personajes del callejón Voltaire? ¿Tenéis libros de misterio que nos queráis recomendar? ¡Ya sabéis cómo nos gustan a Matilda y a mí!