¿Leer lo que sea pero leer?
Estos días está
habiendo mucho revuelo por un libro que ha publicado una popular presentadora
de televisión. Han surgido opiniones de todos los gustos y yo he leído varios
artículos sobre el tema. En uno de ellos se hacía el comentario que da título a
la cavilación de hoy y se planteaba si, con tal de leer, era indiferente la
calidad de lo que se leyera.
Esta reflexión
me llevó a acordarme de una mamá que, en mis tiempos de librera, me preguntó
qué hacer para que su niño leyera. Yo la animé a descubrir los gustos del
pequeño y a dejarle investigar y elegir. Después de pensar un poco ella me
dijo: “vamos, que me llevo lo que sea con tal de que conseguirlo”.
Me quedé
bastante desconcertada y pasé un rato largo dándole vueltas a si yo me había
explicado fatal o la señora había entendido lo que había querido, seguramente
un poco de cada.
El caso es que,
entre la reflexión del artículo y mi recuerdo he estado dándole vueltas al
asunto, ¿leer lo que sea pero leer? En mi humilde opinión, no, rotundamente no
y mucho menos si hablamos de niños.
Pero ojo, esto
no quiere decir que me parezca mal que unos y otros lean lo que más les guste,
evidentemente. Me explico.
El mundo del
libro está, ya os lo imaginaréis, lleno de intelectuales, de puristas y de
críticos que defienden que, si vas a leer “basura”, mejor no leas. Yo no
comparto esa idea, primero, porque me parece muy pretencioso alzarse con el
cetro de la sabiduría absoluta y decidir que puedes tachar un texto de “basura”
por tu cara bonita (por muchos estudios que tengas a tus espaldas). Segundo
porque, como sabéis, soy una firme defensora del sentido lúdico de la lectura y
tercero porque oye, para gustos colores y cada uno lee lo que le da la real
gana y no tiene por qué sentirse mejor o peor por eso.
Dicho esto,
tampoco estoy de acuerdo con que me vendan la moto de cualquier best seller de
turno. Suelo leer de todo y disfruto con muchos tipos de literatura. Me gusta
que haya textos que me cueste comprender o que me obliguen, por lo elaborado de
los mismos, a saborear cada palabra, pero también me encanta cuando me sumerjo
en un relato de esos que se leen en un rato y que me hacen reír o pasarlo pipa
a pesar de repetir para mí misma varias veces, “pero qué malísimo es”. Creo que
si un libro te hace disfrutar ya tiene valor. Eso sí, no me vengas a contar que
porque lees en verano el libro que está
por todas partes o las biografías de turno que te firma el supuesto autor ya
eres un gran lector. No señor, lo siento, un lector es mucho más que esto y,
aunque cueste definir los límites, la buena y mala literatura existe.
Si nos vamos al
terreno de los más pequeños la cosa es aún más significativa.
Sabéis que
siempre digo que hay que dejar que los niños descubran sus gustos lectores, que
es muy bueno que elijan y que, aunque a veces nosotros no le veamos el chiste,
hay que respetar que quieran este o aquel libro.
Hasta ahí todo
bien pero, ¿quiere eso decir que, con tal de que lean, les animamos a leer
cualquier cosa? Yo creo que no. Un niño está creciendo, se está formando y
debemos ayudarles a hacerlo de la manera más sana pasible. Sabéis que no soy
nada partidaria de prohibir lecturas pero eso no quiere decir que no miremos,
ni un poquito, que es lo que nuestro pequeño se lleva a la cama cuando lee por
las noches, antes de dormir.
Creo que las
palabras y la literatura tienen mucho más poder del que, a veces, les
otorgamos. Poder para hacernos sentir bien, poder para enseñarnos cosas, para
abrirnos horizontes y también, claro, poder para hacer mucho daño.
Como adultos,
decidimos arriesgarnos a leer libros que quizá no sean lo más adecuado para
nosotros, buenos o malos a nivel literario, cargados de ideas y valores de esta
u otra índole, solemos ser conscientes de donde nos metemos. Además, ya estamos
formados, se supone que ya tenemos una madurez, unas herramientas para
enfrentar el mundo y una capacidad de filtrar (y a una mala, si no somos
capaces, dejamos el libro y listo). Los niños aún están creando todo esto y es
por eso que debemos ayudarles a seleccionar, leer con ellos si pensamos que una
historia les puede confundir o impresionar y ayudarles a entender lo que se les
escape. No es justo que, porque lo mayores queremos que sean lectores, les
dejemos enfrentarse a un mundo tan amplio y variado como el real sin llevarles
de la mano si lo necesitan o sin hacerles sentir que, en este camino, también
cuentan con nosotros.
Personalmente, a
nivel de adultos, no leo lo que sea con tal de leer, hay libros que no me
gustan, promociones que, opino, se ríen de nosotros, escritores, o supuestos escritores, que no
respetan ni valoran en absoluto a la literatura o a los lectores. Pero esa es
mi opinión y es muy subjetiva, no creo que yo sea quien para juzgar a nadie por
lo que lee.
A nivel
infantil, sé que hay los mismos tejemanejes y las mismas promociones y que, a
veces, los adultos, pecamos de ansiosos en lo que al afán lector de los niños
se refiere. En este aspecto, sí creo que debemos ser muy cuidadosos. Que no nos
engañen los colores bonitos porque los jóvenes lectores merecen mucho más que
eso.
Y si no tienen
que ser lectores porque ese no es su camino, ¡no pasa nada! No recurramos a lo
que sea para forzar algo que debe llegar con alegría y con facilidad.