jueves, 27 de marzo de 2014

Humildes consejos y cavilaciones de una lectora voraz


La peor edad.

         Desde que me dedico a esto del fomento de la lectura he escuchado muchas opiniones sobre cuál es la peor edad de un lector infantil-juvenil y, si os digo la verdad, todas tienen sentido y razón de ser.

         Para unos, la peor edad es, justo, cuando los niños empiezan a leer. Se dan cuenta de lo difícil que es, les cuesta un mundo descifrar cada palabra y no digamos ya entender lo que leen. Quieren leer los cuentos rápido, entonando, haciéndolos bonitos, como papá, mamá, los abuelos y todos los adultos que les leen a ellos pero, para su frustración, no son capaces y necesitarán un poco de entrenamiento para conseguirlo.

         Para otros, la peor edad ronda de los 8 a los 10 años. Es el momento de empezar a leer solos, a crear su camino individual como lector y a adentrarse en las páginas de los libros sin la compañía de los adultos. Esto, para muchos niños, ya no es tan emocionante, se sienten abandonados por sus mayores porque “ya sabes leer tú solo” y el rato de lectura, que antes era divertido, ahora se vuelve denso y aburrido.


         También hay quien piensa que la peor edad es cuando entran en la adolescencia, a partir de los 13 o 14 años. Los intereses cambian, empiezan a descubrir que los límites del mundo son mucho más grandes de lo que veían hasta ahora y la vida ofrece tantas alternativas que los libros y sus historias quedan relegados a un segundo plano.

         Todos y cada uno de estos momentos son, en efecto, pequeñas fases que pasar en la experiencia lectora de las persona pero no son, en absoluto, muros que subir o retos imposibles. Igual que, cuando aprendemos a caminar o a hablar, cada uno tenemos nuestros tiempos, cuando aprendemos a leer también  debemos evolucionar y eso conlleva muchas cosas.

         Leer requiere esfuerzo, como casi todo, y no es una de esas cosas que solo hagamos para divertirnos. TENEMOS que aprender a leer, lo necesitamos así que, una vez que empezamos el proceso, el carácter lúdico, a veces, queda un poco emborronado por la obligación.


         Teóricamente, aquí es donde debemos estar los adultos para acompañar a nuestros pequeños lectores y demostrarles que el esfuerzo valdrá la pena. Todas estas fases de las que hemos hablado son mucho menos duras si no las hacemos solos. Es decir, que, cuando el niño empiece a leer, le demostremos que, poco a poco, será más fácil, acompañándole, leyendo con él y compartiendo la carga de cada nueva página.

Que no le abandonemos, cuando ya lo sabe hacer bien, ya que la lectura formaba parte de esos ratos divertidos que pasabais juntos. Si saben que es muy divertido, querrán hacerlo solos e investigar cada vez más pero no querrán perder ese vínculo con nosotros. Es el momento de empezar a situarnos en un segundo plano, de mostrar interés por sus lecturas pero dejándoles, si quieren, enfrentarlas solos y, también, de seguir leyendo juntos porque, lo que les gusta no es solo el libro y la aventura, es descubrirlo con quienes más les quieren.

         Y cuando llega la adolescencia y todo se vuelve complicado, que les dejemos espacio. ¿No leen? ¿Qué más da? Si les hemos demostrado lo divertido que es, ellos solos decidirán qué tipo de lector quieren ser. Podemos seguir recomendándoles, hablándoles de libros que nos gustan, interesándonos por lo que leen o quieren leer, pero, aunque el ritmo baje, hay que respetarlo. Hoy en día hay, además,  un millón de libros “de adolescentes”, tampoco debemos cometer el error de menospreciarlos, es su lectura, es su rato de entretenerse, no tienen por qué hacerlo con el mismo libro con que lo hicimos nosotros.


Tratamos de demostrar que la lectura es, además de algo necesario, una manera estupenda de pasar el tiempo, otra forma de divertirse así que no debe ser una obligación. Ser lector es una opción como otra cualquiera y no pasa nada si, en una época u otra, nos apetece más hacer otras cosas.

Por otro lado, nosotros, como adultos lectores, somos los que debemos demostrar que es algo maravilloso y  eso no lo conseguiremos nunca obligando a leer o reprochando “ya no lees nada”.

¿Sabéis? Yo también tuve mi época de no leer. Sí señor, fue a los 17 años y no pasó nada, como leer me gustaba, volví a retomarlo cuando llegó el momento.

¿Qué opináis? ¿Hay una peor edad? ¿Tuvisteis una fase no lectora? ¿Qué pasó después?

jueves, 13 de marzo de 2014

Doña Eremita sobre ruedas. Quentin Blake.


         Es curioso que haya libros que, a pesar de ser de mis preferidos hace mucho, mucho tiempo, nunca os haya hablado de ellos. Es curioso y se merece un tirón de orejas para mí solita, mal, muy mal, ¿cómo es que hasta ahora no os había hablado de Doña Eremita? Pues supongo que, como tantas otras veces, porque pensé que lo había hecho.

 

         No sé si ya os he contado que a Jaime y a mí nos encanta pasear y viajar en moto, nos encanta mucho, mucho y no usamos otro medio de transporte a no ser que sea inevitable. Pues bien, en la moto siempre llevas muchas más cosas de las que uno pensaría que hacen falta. Llevas herramientas, por si la moto se estropea; toallitas, por si te manchas; ropa de más por si al caer la noche hace frío; ropa de agua por si de repente llueve… Y cuando vamos a salir de viaje y hemos puesto todas las cosas que hay que llevar encima de la cama (entre las que no faltan uno o dos libros y mis lanas) y Jaime me mira y me dice “es imposible que metamos todo esto en el baúl y las alforjas”, entonces, yo me acuerdo de doña Eremita.

         Porque, aunque ella y su perro Mambrú viajan en bici y no en moto tienen el mismo problema que nosotros y en cada nueva parada descubren que “a esta bici lo que le hace falta es…”.


         Lo mejor de doña Eremita es que nada la detiene y enseguida encuentra la manera de resolver los problemas. Mambrú, su bici y ella pueden llegar a cualquier parte y no importa si llueve, si se sale la cadena, si se ensucia, si tienen hambre… hasta cuando Mambrú se siente cansado se las arreglan para hacerle un hueco en la bicicleta.

         Como todos los libros de Quentin Blake, este irradia optimismo, positivismo y alegría en cada página. El autor, con el humor gamberro y sencillo que le caracteriza nos cuenta una historia muy divertida y nos anima a ver la vida siempre de manera resuelta, ¿qué nos puede parar? Doña Eremita es la viva imagen de que nada. Siempre se nos puede ocurrir una idea genial, siempre podemos sacar partido de las cosas, y siempre podemos encontrar nuevos caminos.


         Supongo que por eso, y porque sus inconfundibles ilustraciones son capaces de llegarnos al alma y de hacernos querer a todos sus personajes, Quentin Blake sigue siendo, para mí, uno de los magos de la literatura infantil. Sin que nos demos cuenta nos anima, en cada lectura, a creer en nosotros, ¿no queréis ser vosotros como doña Eremita? Yo, desde luego que sí.
 
 

jueves, 6 de marzo de 2014

El callejón Voltaire. Una copa de veneno. P.D. Baccalario. A. Gatti.


         Últimamente estoy descubriendo muchos libros interesantes y, el caso, es que no puedo actualizar el blog todo lo a menudo que quisiera para enseñároslos todos. En fin, que vamos un pelín despacio pero oye, irán llegando.

         El que traigo hoy, os cuento, me ha conquistado por completo.

         Ya conocéis mi afición por la novela policiaca y también me habéis oído decir que es complicado ver este tipo de literatura dirigida a los más pequeños, por eso, encontrarme con historias como esta me reconcilia con mi mundo de cuentos y me demuestra, una vez más, que las palabras tienen espacio para todos.


         Los vecinos del callejón Voltaire, en París, son, por decirlo de algún modo, tremendamente curiosos y, además, amantes de los misterios, las novelas policiacas y de Darbon, el detective más famoso que ha habido jamás en la ciudad (“el más famoso después de Maigret, naturalmente. Solo que Maigret es un personaje inventado”). Por eso, no es de extrañar que se unan para investigar cualquier cosa que les parezca sospechosa, en este caso, el extraño comportamiento de un tal señor Deloffre o la muerte de la condesa Blumier… ¿No os parece emocionante?

         Es justo reconocer que parte del atractivo de este libro, así, a bote pronto, se lo dan unas ilustraciones, en colores la portada y en blanco y negro el interior, evocadoras y listas para complementar el texto de manera que no podamos evitar recordar y sentirnos cerca de los personajes y escenarios creados por los mismísimos Agatha Christie o Simenon.

         Una vez que tenemos el libro en nuestras manos y nos sumergimos en sus letras, Baccalario y Gatti hacen el resto y página tras página consiguen intrigarnos, divertirnos y sorprendernos a partes iguales.


         Esta historia me ha gustado, no solo por sus misterios y su ambientación; los personajes son simpáticos y entrañables y cada uno cumple su papel a la perfección; la acción se desarrolla de manera ágil y ligera, sin cansar al lector, más bien al contrario, animándole a seguir con nuevas dudas y bien acompañado; y el humor y el desenfado campan a sus anchas incluso en los momentos más peligrosos.

         Bajo mi punto de vista esta es una serie de esas prometedoras, que entretienen y hacen disfrutar a quien las lee mientras, de refilón, nos enseña algunas cosillas interesantes. A mí me ha gustado mucho la primera aventura de Anette, Fabó y todos sus vecinos así que es muy probable que todos ellos vuelvan a visitarnos más adelante.

         ¿Qué os parece? ¿Conocíais a estos locos personajes del callejón Voltaire? ¿Tenéis libros de misterio que nos queráis recomendar? ¡Ya sabéis cómo nos gustan a Matilda y a mí!

        

viernes, 21 de febrero de 2014

Sopa de calabaza. Helen Cooper.


       ¿No os pasa, a veces, que veis un dibujo y os quedáis perdida e irremediablemente enamorados de él? Eso es lo que me pasó a mí cuando vi la portada de este libro. Más tarde, cuando conocí la historia que se escondía tras ella, ya solo pude incluirla en mi lista de favoritos y recomendarlo allá dónde iba.

         Un pato, una ardilla y un gato viven juntos en una cabaña del boque. Tienen una convivencia agradable y divertida y todas las noches preparan juntos una deliciosa sopa de calabaza. Cada uno tiene su tarea: el gato corta los trocitos de calabaza, el pato echa la sal y la ardilla remueve. Pero, un día, el pato piensa que quiere probar algo nuevo, ¿por qué no puede remover él la sopa? Seguro que no se imagina el lío que se va armar a causa de esta idea genial.


         Debo reconocer que Helen Cooper es una escritora que me gusta muchísimo y es así, no solo porque sus cuentos sean divertidos y muy fáciles de leer, además, trata una serie de temas importantes en la vida de los niños de manera muy natural y sencilla, dejando siempre que el lector se identifique con los sentimientos de los personajes y mostrando un claro respeto ante esas sensaciones que tienen los niños y a las que, de vez en cuando, restamos importancia cuando nos hacemos mayores.

         En este caso, un pato, una ardilla y un gato nos van a hablar de muchas cosas en un cuentito no muy largo. La convivencia y la cooperación son, seguramente, el eje central la historia. Todas y cada una de las labores que hacen los personajes son importantes para que su hogar funcione, ninguna es más importante, ni menos, que las demás, aunque pueda parecerlo.

 

         También nos encontramos con el proceso que todos vivimos cuando peleamos con alguien a quien queremos, el enfado y el orgullo dan paso a la pena, la culpabilidad por haber hecho daño y el miedo a perder a ese compañero. Ya no importa quién tenga la culpa, seguramente un poquito cada uno, ahora quisiéramos volver atrás y no darle tanta importancia a lo que no la tenía, ¿qué más da si el pato remueve la sopa? ¿Qué más da si no lo hace tan bien como la ardilla?

         Por otro lado, a mí me gusta el hecho de que se plantee la posibilidad de hacer cambios, aunque cada uno tenga su labor, aunque cada uno sea el mejor en lo suyo, podemos aprender y enseñar otras cosas, ¡eso nos enriquece a todos! Y no es tan grave que, por una o dos noches, la sopa salga un poco diferente, igual estos cambios producen innovaciones que la mejoran. A veces nos olvidamos de que la flexibilidad es tan importante como la organización para que todo fluya.



         Finalmente, estos tres amigos nos muestran la importancia de perdonar y de pedir perdón. No pasa nada si nos equivocamos, y tampoco pasa nada si los demás se equivocan, todos cometemos errores y debemos asumir que es así, tanto para nosotros como para los demás.

         Y para contarnos esta historia de cariño, amistad y convivencia la autora se apoya en unas ilustraciones que llenan todo el libro y que nos envuelven completamente. Unos dibujos tiernos y agradables, llenos de color, a la vez que tremendamente expresivos, que subrayan cada sensación y cada sentimiento que llenan sus páginas.
 



         Ya veis que, para mí, este cuento es una pequeña joyita. He tardado en enseñároslo pero os aseguro que lo he regalado y recomendado miles de veces. ¿Os apetece una sopa de calabaza?

 

miércoles, 29 de enero de 2014

El ladrón del rayo (novela gráfica). Rick Riordan.


        Ya hemos comentado alguna vez la importancia que tienen los comics en el mundo de los lectores. Para muchos, muchos, de nosotros fueron una puerta hacia las lecturas más densas avanzadas y nos animaron a perder el miedo a los libros gordos.

         Por eso, y porque me ha parecido un libro genial, hoy quiero mostraros la novela gráfica (el comic, dicho de otro modo), de una historia que muchos podréis conocer del cine pero que se basa en un libro de aventuras interesante y entretenido.
 
 

         El ladrón del rayo es la primera entrega de una saga: Percy Jackson y los dioses del Olimpo y podemos encontrarla tanto en novela gráfica como en libro de texto normal. Ambas ediciones valen la pena y son muy entretenidas pero yo os quería mostrar hoy, justo el comic por ser más ágil y ligera y porque me ha sorprendido muy gratamente la adaptación hecha por Robert Venditti y Attila Futaki.

         Cuando empezamos a leer encontramos a Percy Jackson terminando sexto curso en el sexto colegio al que ha asistido en seis años. Y es que Percy no acaba de adaptarse a ningún lado y tiene algún que otro problemilla para superar sus asignaturas.



         Por si esto fuera poco, comenzarán a pasarle cosas extrañas y, cuando por fin lleguen las ansiadas vacaciones junto a su madre, todo se complicará aún más, porque el pasado de nuestro protagonista no es exactamente como él creía y, por supuesto, su futuro no tendrá nada que ver con lo que se había imaginado. ¿Os imagináis un campamento donde los hijos de los dioses y los humanos convivan y se preparen para cualquier batalla? Pues justo allí tendrá que ir Percy Jackson, ¿le acompañáis?

         No tenía muy claro qué me iba a encontrar cuando empecé a leer esta aventura. Si os digo la verdad, las adaptaciones me suelen causar cierta reserva porque ya hay una historia original y jugar con ella puede traer estupendos o desastrosos resultados. En este caso, yo creo que ha sido lo primero.

         A mi parecer, por lo menos, el libro engancha desde la primera página y se lee rápida y fácilmente por el ritmo vertiginoso que tiene y porque las ilustraciones acompañan en todo momento al texto, ayudándole a formar un conjunto compacto y bien formado que nos lleva de la mano hasta el final.


         Cuando de un mismo título encontramos varias ediciones diferentes, a veces, no sabemos por cuál decantarnos. Bien, yo creo que eso depende de los gustos de cada uno pero os diré que, en esta ocasión, la novela gráfica bien vale la pena y es ideal, no solo para entretenernos y hacernos pasar un buen rato, sino también para acercarnos a la Grecia Clásica y enseñarnos un poco más sobre ella.

         Si andáis pensando en libros para lectores a partir de 10 años este puede ser uno de ellos. Yo lo he pasado muy bien leyéndolo, espero que a vosotros os ocurra lo mismo.

        

jueves, 12 de diciembre de 2013

Humildes consejos y cavilaciones de una lectora voraz


¿Leer lo que sea pero leer?

         Estos días está habiendo mucho revuelo por un libro que ha publicado una popular presentadora de televisión. Han surgido opiniones de todos los gustos y yo he leído varios artículos sobre el tema. En uno de ellos se hacía el comentario que da título a la cavilación de hoy y se planteaba si, con tal de leer, era indiferente la calidad de lo que se leyera.

         Esta reflexión me llevó a acordarme de una mamá que, en mis tiempos de librera, me preguntó qué hacer para que su niño leyera. Yo la animé a descubrir los gustos del pequeño y a dejarle investigar y elegir. Después de pensar un poco ella me dijo: “vamos, que me llevo lo que sea con tal de que conseguirlo”.

         Me quedé bastante desconcertada y pasé un rato largo dándole vueltas a si yo me había explicado fatal o la señora había entendido lo que había querido, seguramente un poco de cada.


         El caso es que, entre la reflexión del artículo y mi recuerdo he estado dándole vueltas al asunto, ¿leer lo que sea pero leer? En mi humilde opinión, no, rotundamente no y mucho menos si hablamos de niños.

         Pero ojo, esto no quiere decir que me parezca mal que unos y otros lean lo que más les guste, evidentemente. Me explico.

         El mundo del libro está, ya os lo imaginaréis, lleno de intelectuales, de puristas y de críticos que defienden que, si vas a leer “basura”, mejor no leas. Yo no comparto esa idea, primero, porque me parece muy pretencioso alzarse con el cetro de la sabiduría absoluta y decidir que puedes tachar un texto de “basura” por tu cara bonita (por muchos estudios que tengas a tus espaldas). Segundo porque, como sabéis, soy una firme defensora del sentido lúdico de la lectura y tercero porque oye, para gustos colores y cada uno lee lo que le da la real gana y no tiene por qué sentirse mejor o peor por eso.

         Dicho esto, tampoco estoy de acuerdo con que me vendan la moto de cualquier best seller de turno. Suelo leer de todo y disfruto con muchos tipos de literatura. Me gusta que haya textos que me cueste comprender o que me obliguen, por lo elaborado de los mismos, a saborear cada palabra, pero también me encanta cuando me sumerjo en un relato de esos que se leen en un rato y que me hacen reír o pasarlo pipa a pesar de repetir para mí misma varias veces, “pero qué malísimo es”. Creo que si un libro te hace disfrutar ya tiene valor. Eso sí, no me vengas a contar que porque lees  en verano el libro que está por todas partes o las biografías de turno que te firma el supuesto autor ya eres un gran lector. No señor, lo siento, un lector es mucho más que esto y, aunque cueste definir los límites, la buena y mala literatura existe.


         Si nos vamos al terreno de los más pequeños la cosa es aún más significativa.

         Sabéis que siempre digo que hay que dejar que los niños descubran sus gustos lectores, que es muy bueno que elijan y que, aunque a veces nosotros no le veamos el chiste, hay que respetar que quieran este o aquel libro.

         Hasta ahí todo bien pero, ¿quiere eso decir que, con tal de que lean, les animamos a leer cualquier cosa? Yo creo que no. Un niño está creciendo, se está formando y debemos ayudarles a hacerlo de la manera más sana pasible. Sabéis que no soy nada partidaria de prohibir lecturas pero eso no quiere decir que no miremos, ni un poquito, que es lo que nuestro pequeño se lleva a la cama cuando lee por las noches, antes de dormir.

         Creo que las palabras y la literatura tienen mucho más poder del que, a veces, les otorgamos. Poder para hacernos sentir bien, poder para enseñarnos cosas, para abrirnos horizontes y también, claro, poder para hacer mucho daño.

         Como adultos, decidimos arriesgarnos a leer libros que quizá no sean lo más adecuado para nosotros, buenos o malos a nivel literario, cargados de ideas y valores de esta u otra índole, solemos ser conscientes de donde nos metemos. Además, ya estamos formados, se supone que ya tenemos una madurez, unas herramientas para enfrentar el mundo y una capacidad de filtrar (y a una mala, si no somos capaces, dejamos el libro y listo). Los niños aún están creando todo esto y es por eso que debemos ayudarles a seleccionar, leer con ellos si pensamos que una historia les puede confundir o impresionar y ayudarles a entender lo que se les escape. No es justo que, porque lo mayores queremos que sean lectores, les dejemos enfrentarse a un mundo tan amplio y variado como el real sin llevarles de la mano si lo necesitan o sin hacerles sentir que, en este camino, también cuentan con nosotros.


         Personalmente, a nivel de adultos, no leo lo que sea con tal de leer, hay libros que no me gustan, promociones que, opino, se ríen de nosotros,  escritores, o supuestos escritores, que no respetan ni valoran en absoluto a la literatura o a los lectores. Pero esa es mi opinión y es muy subjetiva, no creo que yo sea quien para juzgar a nadie por lo que lee.         

         A nivel infantil, sé que hay los mismos tejemanejes y las mismas promociones y que, a veces, los adultos, pecamos de ansiosos en lo que al afán lector de los niños se refiere. En este aspecto, sí creo que debemos ser muy cuidadosos. Que no nos engañen los colores bonitos porque los jóvenes lectores merecen mucho más que eso.

         Y si no tienen que ser lectores porque ese no es su camino, ¡no pasa nada! No recurramos a lo que sea para forzar algo que debe llegar con alegría y con facilidad.

jueves, 5 de diciembre de 2013

La increíble historia de… la abuela gánster. David Walliams


        Hace poco comentaba en el blog de lecturas de adultos que no suelen regalarme libros porque, en general, cuando uno lee mucho, es difícil hacerlo. Pero, de vez en cuando, algún intrépido se anima  y nos rellena la estantería de casa con un poco más de color. El libro que os traigo hoy fue un regalo de mi tía Ajo y debo decir que estaba deseando conocer a este escritor.

         Había leído en críticas y blogs que David Walliams era considerado el nuevo Roald Dahl de la literatura inglesa infantil y que sus libros tenían la misma frescura y humor que los del creador de la pequeña Matilda así que, ya os imaginaréis que, como mínimo, me picaba la curiosidad.

         No me gusta que se hable de escritores en estos términos y que se les compare como si pudieran ser copias. No habrá otro Roald Dahl, nunca jamás, pero tampoco habrá otro David Walliams. Cada escritor tiene sus cosas, buenas y malas, y usar los nombres de otros como reclamo no hace más que crear expectativas y, a veces, decepción. Además, si se compara con escritores que se han hecho un hueco por derecho en la historia de la literatura, ¡cuidado!, es muy probable que perjudiquemos al nuevo autor que se quiere encumbrar y que, sin él pretenderlo, se le haga aparecer como alguien pretencioso, ¡compararse con el mismísimo Roald Dahl!


         Dicho esto y, aclarando que entre estos dos escritores va un mundo, sí puedo entender la semejanza que ven algunos, aunque no las comparto. Si bien es cierto que La increíble historia de… la abuela gánster es un libro fresco, lleno de humor, algo gamberro y bastante irreverente no comparte del todo la profundidad, la crítica y la carga social de los escritos por Dahl. Sí es cierto que Walliams es lector y admirador del mismo y que, además, ganó el premio que lleva su nombre, sí es cierto, también, que se nota cierta influencia y desde luego, admiración pero, no nos equivoquemos ni les quitemos mérito a ninguno de los dos, David Walliams tiene mucho que contarnos y decirnos y no merece hacerlo a la sombra de ningún gran escritor.

         Y después de esta perorata que os he soltado y sin querer entrar a hacer un estudio de las diferencias entre uno y otro ni de por qué esta comparación me parece superficial y fácil, os cuento más del libro.

         Ben, un niño de once años que sueña con ser fontanero, odia que, todos los viernes, sus padres le dejen en casa de la abuela para irse a ver su programa favorito en directo. Las noches en casa de la abuela son, a juicio de Ben, horribles y aburridas, y es que la abuela solo come sopa de repollo, huele a repollo, se tira pedos y siempre quiere jugar al scrabble. Ya veis qué plan.


         Lo que Ben no sabe es que la abuela tiene un secreto muy grande y que gracias a esas soporíferas noches él vivirá la aventura más emocionante de su vida.

         No os voy a engañar, cuando empecé a leer, esta historia no me pareció para tanto. Ben era un niño malcriado, con unos padres insufribles y que, además, no trataban nada bien a la abuela. Por otro, la abuela aparece descrita con un poco de crueldad y tanto pedo con olor a repollo a mí me revolvió un ligeramente el estómago.

         Pero cuando leo un libro infantil o juvenil no me gusta quedarme con mi punto de vista de persona adulta y reconocí que, si bien a mí me resultaba un poco exagerado, todo este rollo escatológico me habría encantado con 8 años y me habría hecho reír muchísimo.

         Pasada esta primera impresión y una vez que me metí en la trama fui descubriendo que Ben es mucho más de lo que parece y que solo necesitaba un empujoncito para ver a su abuela como era realmente. Mi opinión de los padres mejoró un poco cuando finalicé la lectura, pero no demasiado.


         También descubrí que, página tras página, mi expresión había adquirido  una sonrisa burlona y que esta no me iba a abandonar ya hasta que cerrara el libro, lo estaba pasando muy bien leyendo. Y finalmente, me sorprendí echando alguna lagrimilla y descubriéndome realmente encariñada con los dos personajes principales de esta aventura, Ben y su abuela.

         Este es un libro de esos que nos hace cambiar la sensación a medida que vamos leyendo y que nos engaña al principio. Creíamos que sería de una manera y luego le vamos encontrando mensajes y guiños que nos sorprenden.

         Con un humor muy especial y como ya he dicho, un poquito de gamberrismo entre letras, este autor inglés utiliza las aventuras, las situaciones absurdas y el disparate para darnos su opinión sobre algunos temas que, creo, a veces dejamos un poco olvidados.

         Tiene un ritmo ágil, un lenguaje ligero y está acompañado por unas ilustraciones expresivas y sencillas a la par que lo hacen muy recomendable, sobre todo, para leer en compañía y comentar.

         Para mí ha sido un descubrimiento, he disfrutado leyendo, he aprendido y me ha obligado a hacer examen de conciencia.  

         Pero no nos equivoquemos, David Walliams no es el nuevo Roald Dahl, ni falta que le hace.

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