lunes, 27 de junio de 2011

Humildes consejos y cavilaciones de una lectora voraz.

3. Yo quiero un libro didáctico.

            Hoy vuelvo a mis días de librera para traer la tercera humilde cavilación de esta lectora voraz.
            Siempre un llamó mucho la atenciones que un pidieran “libros didácticos" para los niños. Cuando venía alguien y me pedía consejo yo solía desplegar, primero, mi colección de preguntas y luego, una lista de títulos que pensaba que podían encajar en las preferencias del peque. Normalmente a la gente le gustaban pero siempre había alguien que me decía "no, pero yo busco un libro didáctico" y yo me preguntaba “¿y qué entenderá esta persona por un libro didáctico?”.
            Entonces había que sacar toda la colección de lo que en teoría son libros didácticos. En función de la edad del niño pasábamos de los de texturas y colores a los de ventanitas, imanes o ruidos, a los que trataban temas de educación y convivencia o a los de divulgación. Montañas de libros que tenían la clara función de enseñar.
            Suelo mira y remirar este tipo de libros porque reconozco que la expresión 'libro didáctico", "juguete didáctico”, etc. no me gusta. Muchos de ellos me resultan tremendamente aburridos pero incluso los que no lo hacen me dan bastante reparo y un poco de grima. Porque, y aquí empezamos a hablar de mis dos cavilaciones para este artículo, ¿no son más o menos didácticos todos los libros? Yo Creo que sí.

              Me explico. Es cierto que hay muchos libros que tienen el claro objetivo de enseñar algo, colores, números, sonidos, la vida de los piratas o la llegada del hombre al espacio y de este tipo de libros hay algunos muy bonitos y otros que son un auténtico tostón. Pero casi cualquier libro que cojamos, me refiero a libros de todas las edades, tendrá muchas cosas que enseñarnos: el mensaje y la enseñanza no a son exclusivas de los “libros didácticos” por eso la fase "yo quiero un libro didáctico" me pone nerviosa porque me demuestra que la persona que lo busca no conoce en absoluto los libros, además no tiene ni idea de lo que quiere y lo que es peor, le dará el libro al niño y en ningún momento se preocupará de verlo con él y de conocer toooodo lo que le puede aportar.
            Nadie que sepa lo maravilloso que es leer buscará un "libro didáctico" así en general si no que sabrá exactamente qué tipo de ayuda busca en las páginas del mismo.
            Es maravilloso ver a los papis, decirle a su retoño "¿Qué color es este? y oír la respuesta "llillo" porque en la imagen aparece un patito o "zul” ante una piscina llena de agua. Pero no es menos maravilloso oírles hablar sobre el último libro de Skuldugery Pleasant (para ocho o diez años) valorando si su protagonista hizo bien o mal en esta o aquella acción, o descubrir que existían los Hermanos de la Costa leyendo un libro de aventuras de piratas.


            Todos los libros enseñan, pero no todos divierten y aún a riesgo de repetirme, EL PRIMER PASO A LA HORA DE LEER ES DIVERTIRSE. Ya habrá tiempo de valorar libros menos divertidos pero con los que aprender mucho. Este paso no existirá si los libros causan rechazo.
            A sí que, desde aquí, mi aplauso para los padres, abuelos, tíos, hermanos... que enseñan a través de la lectura y un suspenso tremendo para el que busca el "libro didáctico" infravalorando todos los demás cuentos y sin saber de qué habla.
            Y para terminar, comentar la segunda cavilación de hoy. Es estupendo que los libros estén tan presentes en a nuestro día a día que los adultos nos apoyemos en ellos a la hora de educar y enseñar a nuestros peques pero cuidado, porque los libros no pueden enseñarlo todo y la actuación y la conversación de los padre es lo más importante. He visto padres que se veían absolutamente incapaces de quitarle el pañal a su hijo si no tenían antes el libro en el que Alex aprende a hacer pipí en el Water.


            Estos son casos exagerarles pero hoy en día hay libros para enfocar casi cualquier aspecto de la vida de un niño y no es tan difícil pensar que "está tan bien explicado que para qué me voy a meter en el fregado de explicarle cómo se hacen los niños". Este tipo de libros nos pueden ayudar, nunca, nunca, nunca sustituir.
            Y Con esto terminamos por hoy con mis humildes consejos y cavilaciones. Sé que los más reyes de la casa ya están de vacaciones así que espero que todos estéis disfrutando del principio del verano.





jueves, 2 de junio de 2011

¡Nos vamos a Madrid a hacer un taller!

          Pues sí, hago esta entrada rapidita para contaros que voy a hacer mi primer taller en la capital y va a ser nada más y nada menos que de la mano de La Cocinita de Chamberí, una tienda de comida ecológica para los más pequeños.

          ¿Adivináis qué vamos a hacer? ¡Un libro de cocina! Con colores, dibujos y las recetas que los niños nos quieran traer, juntos las vamos a ordenar y encuadernar. Creo que lo vamos a pasar muy bien. ¿Cómo lo veis?

          Aquí os dejo la información que aparece en el blog de La Cocinita de Chamberí por si os apetece apuntaros, ¡yo creo que no os lo podéis perder!
Sábado 18 de Junio 11:30 a 13:00
Taller de encuadernación de nuestro propio Libro de Cocina.
Para niños de 4 a 8 años.
Te imaginas elaborar tu propio libro de cocina, con tus recetas y las de tus amigos?
Sólo tienes que recoger en la tienda la hoja de participación, preparar en casa con tus padres la receta favorita de tu familia, hacerle una foto o un dibujo y desarrollarla. Después nos la traes a la tienda antes del 15 de junio y el sábado 18 por la mañana nos juntaremos para encuadernar todas las recetas con nuestras propias manos y nos llevaremos un precioso libro de cocina hecho entre todos!
Precio: 15 euros

miércoles, 25 de mayo de 2011

Humildes consejos y cavilaciones de una lectora voraz.

2. Un libro, ¿un juguete?
             Aún a riesgo de que algunos penséis que estoy loca, he querido continuar mi sección de humildes consejos hablando de algo que puede parecer tonto pero que será decisivo a la hora de crear una relación entre los libros y los niños.
              Vuelvo a mis días de librera y a un comentario que a mí siempre me chirriaba, “ese no se lo llevo que lo va a romper y es una pena porque es precioso”. Hay un millón de libros que se quedaron en las estanterías por culpa de esta frase: álbumes ilustrados, cuentos desplegables, libros de divulgación con ventanitas y actividades… y yo pensaba para mí, “pero si se rompe es porque lo usan, ¿no?”.
                Y es que, ¿para qué queremos un libro si lo guardamos en la estantería como oro en paño y no lo podemos trastear?  Los desplegables o los libros con ventanitas son para jugar con ellos, por mucho que a los mayores nos parezcan una maravilla y nos de pena que se les doblen las puntas. Es más, si partimos de la base de que los libros tienen una función muy clara con respecto a los niños que es la de entretenerles y divertirles, casi cualquier libro es para jugar.

               Y ahora que ya he sentado cátedra os explico mi postura.
                Siempre he hablado de que los libros deben formar parte de la vida del niño como un elemento de entretenimiento más (hablaremos un día de la didáctica de los libros) y como tal, lo ideal es que estén al alcance de los peques igual que todos sus juguetes. Puede ser que se conviertan en túneles para los coches, en cabañas para los muñecos o en cuevas en las que vivan terribles dragones, es posible, incluso, que los más pequeños los usen para colorear y casi seguro, muchos se estropearan igual que se estropean todos los demás juguetes. El cuento que se lleven a la cama a la hora de dormir puede acabar inundado de agua porque bebían medio dormidos o lleno de mermelada porque, aunque “en la mesa no se lee”, si pueden,  lo van a intentar. Mi opinión es que no pasa nada, un libro sucio o estropeado es un libro con vida y no debemos olvidar que los niños son niños. No estoy defendiendo el vandalismo literario, no me malinterpretéis, las cosas hay que cuidarlas y creo que casi cualquier madre o padre hará hincapié en esto pero si un libro o un juguete se queda guardado porque es muy bonito y así no se estropea no está cumpliendo su función y va aportar muy poco a nuestro niño.


                Por otro lado, creo que, casi cualquier buen lector, valora que un libro tenga cosas que nos devuelvan al tiempo en que lo compramos o lo leímos. Yo, por ejemplo, enseguida escribo mi nombre, la fecha, el lugar donde llegó a mí y a veces, algún detalle del momento. Me encanta encontrar en libros que hace años que no miro anotaciones, papelitos entre sus hojas, flores secas o lo que se me ocurriera guardar en el momento. Tengo un cuento en que, cada vez que lo leía, ponía mi nombre, ahora sé que volví a perderme en él por lo menos 9 veces cuando era una niña y sé que libros han viajado en mi mochila o en mi bolso porque siempre se les doblan las esquinas, por mucho cuidado que yo tenga.


                Por eso me da mucha pena cuando veo a un peque mirar un desplegable que no se podrá llevar a casa porque se estropea o un libro lleno de ventanitas, relieves, polvos mágicos o escamas de dragón como si fuera de cristal. Para mí, un libro es un compañero no un objeto de culto (salvo casos muy concretos, ojo), os aseguro que, como loca de los libros que soy quiero, valoro y admiro cada uno que cae en mis manos, pero no me gustan menos si no están impecables.
                Y sí, yo creo que un libro es un juguete más, con otras características y con una alcance muchísimo mayor pero está ahí, fundamentalmente, para que el niño lo pase bien, ya tendrá tiempo de descubrir todas las demás cosas que pueden aportar. Y si por jugar con el libro de ventanitas este se rompió, seguro que cuando tenga 30 años lo recordará porque le proporcionó momentos maravillosos y le animó a buscar más libros con los que pasarlo bien.

               
                Hasta aquí mi segundo humilde consejo, espero que no penséis que estoy mal de la cabeza pero es que creo que a veces nos olvidamos de vivir por miedo a que todo se rompa.



              No os lo había contado porque no me ha dado tiempo pero, ¿sabéis?, Acento, una empresa dedicada a dar apoyo a los ciclos de educación infantil, ha incluido esta sección en las publicaciones mensuales de su revista, ¿qué os parece? Yo estoy encantada :)

             Una vez más me tengo que disculpar por no ir a veros y por desaparecer tanto, no os digo que ya voy organizando mi tiempo porque os lo digo siempre y luego me lío igual. Lo que si me gustaría deciros es que tengo muchas ganas de recuperar mi ritmo y volver a leeros todos los días, como antes, echo de menos mis paseos tranquilos a los blogs amigos. Aunque paso y os leo siempre lo hago corriendo.
            Como siempre, un millón de gracias por la compañía y el apoyo.
             Un abrazo grande a todos y nos leemos.


martes, 3 de mayo de 2011

El pirata Garrapata. Juan Muñoz Martín.

          La recomendación de hoy viene de la mano de mi hermana Blanca que no entiende cómo estoy tardando tanto en hablar de este libro. Tiene toda la razón del mundo. Hace mucho que debería haber hecho esta reseña porque esta es una lectura de las que no puede faltar en cualquier librería infantil que se precie.

        “Garrapata era un hombre feroz y barrigudo que tenía una pata de palo y un garfio de acero en vez de mano. Era el terror de Londres. Tenía la nariz gorda y colorada como una berenjena y la cara picada de viruelas. Le faltaba media oreja y llevaba un parche negro para taparse un ojo de cristal. Por lo demás, no era demasiado feo”.
                Recuerdo que mis hermanos y yo, solo con que nos leyeran esto, el principio, ya nos partíamos de risa, “¿cómo que no era demasiado feo?, jajaja”. Y es que si hay un libro que en mi casa se haya leído hasta la saciedad es este. Juntos o por separado lo leíamos y releíamos y si conseguíamos que algún mayor nos lo leyera nos volvíamos a morir de risa con cada golpe que ya conocíamos y esperábamos impacientes.
                Ahora lo pienso y supongo que mis tíos o mis padres debían de estar hasta el moño del pirata Garrapata y de las lecturas en voz alta pero nos gustaba tanto que no ponían pegas en leérnoslo oooootra vez.




                  Ya os habréis dado cuento de que no os estoy hablando de una de las últimas novedades del mundo editorial, su autor, Juan Muñoz Martín, ganó el Premio “El Barco de Vapor” justo el año en que yo nací, 1979 y antes, en 1966, ya había ganado el Premio Doncel de Cuento Infantil. Un clásico vaya, de esos que no pasan de moda y que aún hoy, Blanca y yo releemos y al que Rafa y Pedro, mis dos hermanos, recuerdan con cariño.
                ¿Y qué os puedo contar sobre él? Bueno, es una historia de piratas al más puro estilo de las películas, con todos los peligros del mar habidos y por haber, con enemigos sumamente temibles y hasta con una chica guapa y fina que volverá loco a nuestro querido pirata, ¡lo tiene todo!
                Pero la tripulación del pirata Garrapata no es como todas las cuadrillas de piratas que conocemos. No, ellos son especiales, personajes disparatados que provocarán situaciones aún más disparatadas, terribles villanos que en el fondo son tan tiernos como un cachorrito, malvados que son, en realidad, más buenos que el pan. Todos ellos, empezando por el  capitán Garrapata nos van a robar el corazón en cuanto nos subamos a bordo de “El Salmonete”, su barco, en el que ondea un terrible bandera, teñida con tinta de calamar y en la que podemos ver una horrible calavera con los dientes larguísimos pintada con tiza.




                ¿Necesitáis más para lanzaros a esta aventura? Seguramente muchos ya los conocéis, los que no, de verdad, no lo dejéis pasar, no conozco ningún niño que no se haya reído y haya disfrutado con este libro. A partir de 9 años, según El Barco de Vapor, se lee con muchísima facilidad, tiene un lenguaje sencillo, un ritmo muy ágil, aventuras  y humor, mucho humor.
                Os recomiendo muchos libros pero, por si os sirve de algo, esta es una de las estrellas de mi colección, lleva conmigo desde que era muy pequeña y está muy viejito pero desde luego, no recuerdo muchos a los que tenga tanto cariño.

jueves, 28 de abril de 2011

Pequeño homenaje.

         Para los que, como yo, desde pequeñitos escribimos cuentos y nos refugiamos en hojas escritas y en blanco es muy bonito y especial ver como Ana María Matute, hace un par de días, recibía el Premio Cervantes. Y aunque la entradas para hoy del blog tenían que ser otra, esas la dejaremo para mañana o pasado ya que no he podido resistirme a dejaros aquí sus palabras cuando recogió el premio. Es un discurso largo, pero tan tierno, tan real y tan sincero, que desde aquí os animo, muy mucho a que lo leáis, vale la pena.
        He coloreado frases y párrafos que a mí me han gustado especialmente, espero que no os importe.



Majestades, Autoridades:
Sospecho que no soy la primera en decir que nunca, durante la larga travesía de mi vida (salpicada, por cierto, de abundantes tempestades), imaginé que llegara a conocer un día como este. Y, junto a la inmensa alegría que me invade, debo confesarles que preferiría escribir tres novelas seguidas y veinticinco cuentos, sin respiro, a tener que pronunciar un discurso, por modesto que este sea. Y no es que menosprecie los discursos: sólo los temo. Mi incapacidad para ellos quedará manifiesta enseguida, y, por tanto, me permito apelar a su benevolencia. Pero antes deseo hacerles partícipes de mi agradecimiento: este premio lo considero como el reconocimiento, ya que no a un mérito, al menos a la voluntad y amor que me han llevado a entregar toda mi vida a esta dedicación.
Así que esta anciana que no sabe escribir discursos sólo desea hacerles partícipes de su emoción, de su alegría y de su felicidad - ¿por qué tenemos tanto miedo de esa palabra? - a todos cuantos han hecho posible este sueño, sueño que me acompaña desde la infancia. Desde aquel día en que oí por vez primera la mágica frase: "Érase una vez..." y conmovió toda mi pequeña vida.


Érase una vez un hombre bueno, solitario, triste y soñador: creía en el honor y la valentía, e inventaba la vida. San Juan dijo: "el que no ama está muerto" y yo me atrevo a decir: "el que no inventa, no vive". Y llega a mi memoria algo que me contó hace años Isabel Blancafort, hija del compositor catalán Jordi Blancafort. Una de ellas, cuando eran niñas, le confesó a su hermanita: "La música de papá, no te la creas: se la inventa". Con alivio, he comprobado que toda la música del mundo, la audible y la interna -esa que llevamos dentro, como un secreto - nos la inventamos. Igual que aquel soñador convertía en gigantes las aspas de un molino, igual que convertía en la delicada Dulcinea a una cerril Aldonza. Inventó sensibilidad, inteligencia y acaso bondad - el don más raro de este mundo- en una criatura carente de todos esos atributos, (¿Y quién no ha convertido alguna vez a un Aldonzo o Aldonza de mucho cuidado en Dulcineo o Dulcinea ... ).
El tiempo en el que yo inventaba era un tiempo muy niño y muy frágil, en el que yo me sentía distinta: era tartamuda, más por miedo que por un defecto físico. La prueba de ello es que esa tartamudez desapareció durante los bombardeos. O así lo creo. Pero el caso es que, salvo excepciones, las niñas de aquel tiempo, mujeres recortadas, poco o nada tenían que ver conmigo. Y traigo esto a cuento para explicar - y quizá explicarme de algún modo – mi extrañeza, mi entrega total, absoluta, a esto que luego supe se llamaba Literatura. Y que ha sido, y es, el faro salvador de muchas de mis tormentas.


          Sí, este galardón que tanta felicidad y optimismo me causa – y no olvidemos que el optimismo y los planes de futuro, a los ochenta y cinco años, son cuestiones a meditar o poner en tela de juicio - puede ser el colofón a la entrega de toda una vida que, en mis tiempos mozos, consideré en su mayor parte una "vida de papel". Y recuerdo. Recuerdo. Sólo tenía un amigo, mi muñeco Gorogó, que, naturalmente, más tarde incorporé a una de las novelas con las que me siento más identificada, Primera memoria. Aunque no haya escrito nunca una novela autobiográfica, estoy en sus páginas. Todo eran inventos, hasta que supe que en la Literatura - en grande -, como en la vida, se entra con dolor y lágrimas. Gorogó lo sabía, lo sabe y no me ha abandonado desde el día en que mi padre, teniendo yo cinco años, me lo trajo de Londres, donde lo llaman algo así como Golligow. Mi padre sabía que a mí no me gustaban las muñecas, ni los juegos de las niñas de aquel tiempo: mujeres recortadas, las llamé yo. Imitar a mamá y a las amigas de mamá era todo su futuro. Gorogó, como entonces, sigue conmigo ahora, lo llevo a todos mis viajes, y le sigo contando lo que no puedo contar a nadie (hoy también me espera en el hotel). Y sigo haciéndole partícipe, por ejemplo, del miedo que siento por tener que pronunciar estas palabras, y, sobre todo, ante quienes debo hacerlo. Gorogó, estás aquí - mi mejor invento -, estás a mi lado, viejo amigo, en este día inolvidable, con tu ojo derecho ya nublado, como el mío, aunque ya no luzcas aquellos cabellos negros, hirsutos, de limpiachimeneas dickensiano, aunque falten los botones de tu frac azul ... ¡Cómo nos parecemos, Gorogó! ¿Te acuerdas de aquel día, que hoy me devuelves con toda la añoranza y el encanto-desencanto que compone una vida tan larga ... ? ¿Y recuerdas la timidez, el asombro y la audacia de mis casi veinte años, cuando por primera vez me asomé al mundo editorial, del que lo ignoraba todo?


           La osadía que impulsa a los adolescentes y a los ignorantes y a los fabricantes de inventos y de sueños - ¿acaso no son, a veces, una misma cosa? -, todo eso me empujó a llevar mi primera novela - escrita años antes, a los diecisiete - a probar fortuna en una de las más prestigiosas editoriales. Pero mi mayor osadía era no sólo llevar una novela casi adolescente a una importante editorial, sino que, encima, la llevaba escrita a mano, en un cuaderno escolar, cuadriculado, con las tapas de hule negro (si alguien de mi edad me está escuchando, sabrá de qué tipo de libreta hablo. Eran las libretas de la posguerra). Yo iba a Destino cada día, con mi libretita bajo el brazo, diecinueve años y calcetines -que entonces estaban de moda a esa edad - y mi aspecto aún más aniñado del normal. Un empleado que se había fijado en (debía de resultar patética) se conmovió con mis pretensiones y mi libreta y me consiguió una entrevista con el director. Se trataba del novelista Ignacio Agustí, que acababa de tener un enorme éxito con su novela Mariona Rebull.
         Cuando vio mi cuadernito lleno de letras e "inventos", tuvo la delicadeza de no manifestar ni burla ni extrañeza. Debo agradecérselo, era un verdadero señor. Con infinita paciencia, me explicó que debía pasarlo a máquina y que ellos la leerían, y que ya me dirían algo. Aún hoy me sonrojo recordándolo. Era la criatura más ignorante y despistada de cuanto el mundo editorial se refería.
         Nadie de mi entorno, ni familiares, ni amistades, conocidos o saludados (como diría Josep Pla) había tenido nada que ver con el mundo editorial. Eran lectores, eso sí, pero de la confección de un libro lo ignoraban todo. Afortunadamente, la lectura y los libros no escasearon en mi casa ni en mi familia. Cosa que he de agradecerles, porque no era muy frecuente en la España de entonces.
Pocos días después, tuve la enorme alegría - y, por qué no decirlo, el vago temor- de que la editorial Destino me contratase el libro. Eso sí, con la sorpresa de mi estupefacto padre, a quien yo no había anticipado nada de aquellos afanes, y que fue requerido para dar validez a mi contrato con su firma, pues yo era menor de edad.
         Animada por el éxito de aquellos primeros pasos, y enterada de la existencia del Premio Nadal -que había ganado otra mujer joven,
Carmen Laforet, aunque ella era algo mayor que yo -, envié mi segunda novela, escrita a los diecinueve, con la esperanza de obtenerlo yo también. No fue así, pero tengo aún la satisfacción y acaso orgullo de constatar que quedó en tercer lugar, cuando se llevó el premio el gran Miguel Delibes.


           La novela citada, llamada Los AbeI, y escrita, que no publicada, a los diecinueve años, suplantó en el contrato a Pequeño teatro (que, once años más tarde, obtuvo el Premio Planeta). Y ese fue mi verdadero bautizo de entrada en el mundo editorial. Empecé a conocer a escritores y todo tipo de gentes de "invenciones", puesto que me aparté totalmente del que había sido hasta aquel momento mi entorno natural. Conocí y viví un clima distinto, muy distinto del que había sido el mío habitual hasta aquel momento, y que, paradójicamente, resultaba mucho más afín a mi naturaleza. Y continué inventando invenciones, y viene a mi memoria un día en que inventé el "arzadú"... Brotaba esporádica, espontáneamente, cuando buscaba el nombre de una flor. Si existía, vivía sólo en la memoria de su delicadeza, su color, su perfume, aunque no constara en ningún libro ni catálogo de botánica. Y, así, llegó un día en que estudiosos y minuciosos profesores y escolares americanos se
interesaron por el arzadú, y me brearon a preguntas: no lo encontraban por ninguna parte. Y yo, cobarde, me presté a seguir inventando el arzadú. Tuve que continuar inventándolo durante años, incluso me vi obligada a dibujarlo en las pizarras, y variaba su color, del rojo al blanco, según me pareciera pertinente... Desde aquí les pido perdón a aquellas gentes de buena voluntad. Tómenlo como lo que era: una invención más. La había introducido no sólo en algunos de mis cuentos, sino también en alguna novela; y, al fin, yo me lo creía, y me lo creo: el arzadú brota cada primavera, o cada otoño, en las vastas y ahora ya remotas colinas de los sueños. De los sueños que convierten Aldonzas en Dulcineas, y quién sabe cuántas flores más. Tantas como soñadores, o poetas existan.


        Y cuando por fin vi publicado por vez primera mi primer libro, Los Abel, dormí toda la noche con el ejemplar bajo la almohada. Y el gran honor con el que hoy se me ha distinguido reúne para mí tanto una trayectoria literaria como vital: no puedo separar la una de la otra. Desde que tengo uso de razón, he leído, he escrito, he escuchado... Desde aquel primer cuento inventado a los cinco años hasta este último libro, que los recoge casi todos, compruebo con satisfacción que por fin el cuento ha ingresado entre los géneros respetados de nuestra literatura. Aun cuando contemos con entre sus cultivadores desde el inmenso Cervantes, que honra con su nombre este premio, hasta los más recientes de nuestros escritores, jóvenes y no tan jóvenes, hasta hace poco aún se lo ha considerado literatura "menor". Pero por fin en España se empieza a reconocer en el cuento, en el relato corto, el valor y la importancia que merece.
         Sobre la famosa crueldad de los cuentos de hadas -que, por cierto, no fueron escritos para niños, sino que obedecen a una tradición oral, afortunadamente recogida por los hermanos Grimm,
Perrault y Andersen, y en España, donde tanta falta hacía, por el gran Antonio Almodóvar, llamado" el tercer hermano Grimm" -, me estremece pensar y saber que se mutilan, bajo pretextos inanes de corrección política más o menos oportunos, y que unas manos depredadoras, imaginando tal vez que ser niño significa ser idiota, convierten verdaderas joyas literarias en relatos no sólo mortalmente aburridos, sino, además, necios. ¿Y aún nos preguntamos por qué los niños leen poco? Yo recuerdo aquellos días en Sitges, hace años, cuando algunas tardes de otoño venía a mi casa un tropel de niños y, junto al fuego - como está mandado -, oían embelesados repetir por enésima vez las palabras mágicas: "Érase una vez ... " y habían dejado la televisión para escucharlas.


         Yo no había cumplido los once años cuando estalló la guerra civil española. Unos niños acostumbrados a no salir de casa si no era acompañados por sus padres o la niñera nos vimos haciendo interminables colas para conseguir pan o patatas. No es raro, pues, que yo me permitiera, años más tarde, definir esa generación a la que pertenezco como la de "los niños asombrados". Porque nadie nos había consultado en qué lado debíamos situarnos. Nadie nos había informado de nada y nos encontramos formando parte de un lado o de otro, tal y como me confesó un día Jaime Salinas. Yo, ahora, sólo recuerdo que el mundo se había vuelto del revés, que por primera vez vi la muerte, cara a cara, en toda su devastadora magnitud; no condensada, como hasta aquel momento, en unas palabras -" el abuelito se ha ido y no volverá ... " - , sino a través de la visión, en un descampado, de un hombre asesinado. Y conocimos el terror más indefenso: el de los bombardeos. Y aquellos cuentos, aquellas historias "impropias para niños", añadieron en su ruta interna de niña asombrada un aprendizaje. Atroz. Mucho más atroz que los cuentos de hadas.
         En lugar de cuentos aislados, empecé a escribir entonces una revista, de la que era editora, escritora y repartidora, una revista “ a
Mano” que se pasaban unos a otros mis hermanos y mis primos, algún amigo... Había de todo: desde cuentos, por supuesto (que siempre acababan con un "continuará" del que yo aún no tenía clara noticia), hasta crítica de cine, con sus correspondientes fotografías recortadas de alguna revista. Y recuerdo ahora como, en medio de todo aquel horror, qué encanto, qué maravilloso invento de la vida era para mí aquella llamada revistilla... y todo lo que yo ignoraba, que sería lo que continuaría mañana ...


          Entonces escribí mi primera novela. Se llamaba Juanito y ocurría durante la Revolución Francesa. Pero pueden imaginar qué extraña Revolución Francesa relataba ... Claro está: me la inventé, pero algo tienen los inventos-sueños, porque, cuando durante la noche, toda la casa dormida, acudía al cuarto de mis dos hermanos, José Antonio y José Luis, y, ayudada por una linternilla de pilas, se la leía, protestaban cuando yo decía "continuará" (y eso quería
decir hasta la noche siguiente). Entonces parecía llenarse de magia la habitación a oscuras de los niños. Niños asombrados – como cuando, en cierta ocasión, vi surgir, al partir un terrón de azúcar en la oscuridad, una chispita azul-, algo que me reveló que yo sería escritora, o que ya lo era.
Con ello sólo quiero decir que aquella lucecita azul, aquel virus, no me abandonó nunca. Cuando Alicia, por fin, atravesó el cristal del espejo y se encontró, no solo con su mundo de maravillas, sino consigo misma, no tuvo necesidad de consultar ningún folleto explicativo. Se lo inventó, como la música de papá.
         Ahora, tras estas deshilvanadas palabras, ojalá haya logrado trasmitirles algo de mi alegría, mi gratitud por la distinción que aquí me trae. Y me permito hacerles un ruego: si en algún momento tropiezan con una historia, o con alguna de las criaturas que trasmiten mis libros, por favor créanselas. Créanselas porque me las he inventado.
Muchas gracias.


        Hace años que quiero leer Olvidado Rey Gudú pero por cosas de la visa, aún no ha caído en mis manos, nisiquiera lo tengo en casa, pero lo bueno de los libros es que siempre siguen ahí así que, quién sabe, tal vez pronto...









martes, 26 de abril de 2011

Un cuentacuentos para personas mayores.

               Hace unos días mi amiga Elena me llamó y me preguntó si yo hacía cuentacuentos para adultos, yo le dije la verdad, los únicos cuentacuentos que había hecho eran para mi familia pero si ella se fiaba de mí, yo encantada me liaba la manta a la cabeza y me iba a la residencia de ancianos en la que trabaja a contar un cuento.
                Total, que se fio de mí y aunque la cosa era un poco precipitada me ha dado tiempo a preparar una de las miles de leyendas que tiene la ciudad de Sevilla para contarles a los abuelitos. Ya me conocéis, soy una miedosa tremenda y ayer por la noche parecía que tenía un examen de la carrera en lugar de un cuentacuentos pero también estaba muy ilusionada con la idea.

             Jaime, que está de vacaciones, me ha ayudado y hemos hecho un powerpoint para ilustrar la historia. Él iba pasando las imágenes y haciéndome fotos a la vez J


          A pesar de todos mis nervios y mis miedos la cosa ha salido bastante bien y mi público, que me infundía muchísimo respeto (quería que pasaran un buen rato y no sabía si lo conseguiría) ha sido de lo más agradable. Además, he conseguido hablar lo suficientemente alto como para que todos, hasta los del final, me oyeran. Yo siempre hablo muy bajito así que ha sido un gran logro, jeje.


              He contado una leyenda de una calle que está muy cerquita de la residencia, la de Cabeza del rey don Pedro, os dejo un enlace aquí para que la conozcáis si queréis. Mi versión no es exactamente así porque es de otra fuente pero más o menos, la historia es la misma.



             Y después de las fotos en las que me veis a mí contar la historia (no sé qué me pasa cuando cuento cosas que me pongo feísima pero me gusta enseñaros estas cosillas que voy haciendo), os dejo también una de la calle en cuestión por si os apetece conocerla.


               ¡Ah! En las fotos no se ve, pero la sala estaba llena hasta el fondo J
                Nada más por hoy, un abrazo grande a todos y nos leemos.

miércoles, 13 de abril de 2011

Humildes consejos y cavilaciones de una lectora voraz.

1. La familia y los libros.

Con más miedo que otra cosa abrimos una nueva sección en el Matilda. Hace tiempo que tenía ganas de hacerlo pero no terminaba de animarme y finalmente he pensado, “si esto es un blog para el fomento de la lectura, ¿no deberíamos hablar de eso también?”. Y aunque sé que los artículos de Lectura Lab tienen mucho más que aportar que mis humildes consejos, he querido contaros un poco mi punto de vista.
Hoy vamos a hablar de algo que yo considero fundamental. La familia, el entorno más próximo al pequeño a la hora de acercarse a los libros. Seguramente podríamos decir muchas, muchas cosas pero yo quiero resaltar fundamentalmente tres.
Para empezar, os cuento que durante el tiempo que trabajé en la librería todos los días venía una madre o un padre a decirme que quería que su hijo leyera y ante mi pregunta “¿usted lee?” siempre decía lo mismo, “yo no tengo tiempo”. Aún a riesgo de parecer borde alguna vez contesté que, entonces, el peque seguramente tampoco lo tendría porque nunca vería la lectura como algo tan divertido como la tele, los videojuegos, el parque… ¿por qué? Porque en este día a día caótico en la que vivimos conseguimos sacar tiempo para lo que nos gusta y si a papá o a mamá no les gusta leer, ¿por qué me va a gustar a mí?


Puede parecer tonto pero, por muchos cuentos que un niño tenga en casa, si para sus mayores leer no es atractivo en absoluto para él, lo más probable  es que tampoco lo sea porque, nos guste o no, los libros se relacionan con el estudio y el cole y es en casa donde mejor nos pueden enseñar la parte más bonita de ellos.
Por el contrario, si un niño ve desde pequeñito que sus padres leen, si los paseos a las librerías o bibliotecas son algo normal, si un regalo en forma de libro se celebra y se valora, entenderá que ahí hay algo interesante y del mismo modo que yo quería ser mayor para jugar con mis padres y mis tíos a los juegos de mesa con los que tanto se reían, querrá coger un libro con la misma ilusión con que lo cogen sus padres o sus abuelos.
Creo de verdad que el entusiasmo por la lectura es contagioso y desde luego, algo tan bonito debe ser contagiado. Mis niños, claro, saldrán del hospital con un cuento J
Y ya en casa, cuando quieran empezar a bichear, tendrán un millón de estanterías en las que revolver. Esto me parece muy importante. Yo siempre he tenido libros a mano, mi casa, las de mis abuelos, las de mis tíos… en todas encontraba estanterías en las que investigar y en cualquier momento de aburrimiento podía recurrir a una enciclopedia, un libro de animales llenos de fotos, uno de historia con dibujos… No eran los míos pero estaban allí y yo podía aprender con ellos y sobre todo, entretenerme y pasarlo bien. Formaban parte de mi día a día y por eso nunca hubo que forzarlos para que entraran.

Por último, no sé si a vosotros os pasa pero toda mi vida de lectora está unida a recuerdos. Personas, momentos, lugares… y los primeros recuerdos que puedo asociar a los libros vienen de la mano de mis padres, mis hermanos, mis abuelos, mis tíos y mis primos y todos son bonitos y agradables.
Supongo que me puedo considerar muy afortunada por tener estos recuerdos. Los de mis tíos leyéndome, los de mi madre enseñándome un libro que me iba a gustar, los de mi padre comentando conmigo el último que me había leído, los de la Madrina preguntándome, “¿qué lees ahora Mariquilla?”. Mis hermanos y yo nos tumbábamos en una toalla en el jardín y leíamos juntos el último Asterix o Tintín que nos hubieran regalado y con mis primas Vi y Nuria leía el libro que tuviéramos entre manos turnándonos, una página cada una.  ¿Cómo no me va a gustar leer? Esos recuerdos han seguido creciendo y los tengo de toda mi vida pero os puedo asegurar que para mí, como para cualquier niño esos primeros son importantes. Yo relaciono, inconscientemente los libros con momentos en que fui feliz y mi familia se encargó de regalarme esos momentos.


Por eso creo que la familia es fundamental a la hora de potenciar el gusto por los libros en los niños, estas son mis experiencias pero sé que casi todo lector que se precie recuerda un cuento que le leyó su abuelo, un regalo inesperado de la abuela, un consejo de mamá o un viejo ejemplar de papá… Es el primer paso, ¡ vamos a provecharlo!
Hasta aquí los primeros humildes consejos y cavilaciones de esta lectora voraz, ¿os ha parecido aburrido?, ¿creéis que la sección vale la pena? Me gustaría que me lo contarais para poder mejorarlo y si queréis animaros a contar algo de vuestra experiencia a mí me gustaría mucho leerlo.
Un abrazo a todos.


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