jueves, 28 de abril de 2011

Pequeño homenaje.

         Para los que, como yo, desde pequeñitos escribimos cuentos y nos refugiamos en hojas escritas y en blanco es muy bonito y especial ver como Ana María Matute, hace un par de días, recibía el Premio Cervantes. Y aunque la entradas para hoy del blog tenían que ser otra, esas la dejaremo para mañana o pasado ya que no he podido resistirme a dejaros aquí sus palabras cuando recogió el premio. Es un discurso largo, pero tan tierno, tan real y tan sincero, que desde aquí os animo, muy mucho a que lo leáis, vale la pena.
        He coloreado frases y párrafos que a mí me han gustado especialmente, espero que no os importe.



Majestades, Autoridades:
Sospecho que no soy la primera en decir que nunca, durante la larga travesía de mi vida (salpicada, por cierto, de abundantes tempestades), imaginé que llegara a conocer un día como este. Y, junto a la inmensa alegría que me invade, debo confesarles que preferiría escribir tres novelas seguidas y veinticinco cuentos, sin respiro, a tener que pronunciar un discurso, por modesto que este sea. Y no es que menosprecie los discursos: sólo los temo. Mi incapacidad para ellos quedará manifiesta enseguida, y, por tanto, me permito apelar a su benevolencia. Pero antes deseo hacerles partícipes de mi agradecimiento: este premio lo considero como el reconocimiento, ya que no a un mérito, al menos a la voluntad y amor que me han llevado a entregar toda mi vida a esta dedicación.
Así que esta anciana que no sabe escribir discursos sólo desea hacerles partícipes de su emoción, de su alegría y de su felicidad - ¿por qué tenemos tanto miedo de esa palabra? - a todos cuantos han hecho posible este sueño, sueño que me acompaña desde la infancia. Desde aquel día en que oí por vez primera la mágica frase: "Érase una vez..." y conmovió toda mi pequeña vida.


Érase una vez un hombre bueno, solitario, triste y soñador: creía en el honor y la valentía, e inventaba la vida. San Juan dijo: "el que no ama está muerto" y yo me atrevo a decir: "el que no inventa, no vive". Y llega a mi memoria algo que me contó hace años Isabel Blancafort, hija del compositor catalán Jordi Blancafort. Una de ellas, cuando eran niñas, le confesó a su hermanita: "La música de papá, no te la creas: se la inventa". Con alivio, he comprobado que toda la música del mundo, la audible y la interna -esa que llevamos dentro, como un secreto - nos la inventamos. Igual que aquel soñador convertía en gigantes las aspas de un molino, igual que convertía en la delicada Dulcinea a una cerril Aldonza. Inventó sensibilidad, inteligencia y acaso bondad - el don más raro de este mundo- en una criatura carente de todos esos atributos, (¿Y quién no ha convertido alguna vez a un Aldonzo o Aldonza de mucho cuidado en Dulcineo o Dulcinea ... ).
El tiempo en el que yo inventaba era un tiempo muy niño y muy frágil, en el que yo me sentía distinta: era tartamuda, más por miedo que por un defecto físico. La prueba de ello es que esa tartamudez desapareció durante los bombardeos. O así lo creo. Pero el caso es que, salvo excepciones, las niñas de aquel tiempo, mujeres recortadas, poco o nada tenían que ver conmigo. Y traigo esto a cuento para explicar - y quizá explicarme de algún modo – mi extrañeza, mi entrega total, absoluta, a esto que luego supe se llamaba Literatura. Y que ha sido, y es, el faro salvador de muchas de mis tormentas.


          Sí, este galardón que tanta felicidad y optimismo me causa – y no olvidemos que el optimismo y los planes de futuro, a los ochenta y cinco años, son cuestiones a meditar o poner en tela de juicio - puede ser el colofón a la entrega de toda una vida que, en mis tiempos mozos, consideré en su mayor parte una "vida de papel". Y recuerdo. Recuerdo. Sólo tenía un amigo, mi muñeco Gorogó, que, naturalmente, más tarde incorporé a una de las novelas con las que me siento más identificada, Primera memoria. Aunque no haya escrito nunca una novela autobiográfica, estoy en sus páginas. Todo eran inventos, hasta que supe que en la Literatura - en grande -, como en la vida, se entra con dolor y lágrimas. Gorogó lo sabía, lo sabe y no me ha abandonado desde el día en que mi padre, teniendo yo cinco años, me lo trajo de Londres, donde lo llaman algo así como Golligow. Mi padre sabía que a mí no me gustaban las muñecas, ni los juegos de las niñas de aquel tiempo: mujeres recortadas, las llamé yo. Imitar a mamá y a las amigas de mamá era todo su futuro. Gorogó, como entonces, sigue conmigo ahora, lo llevo a todos mis viajes, y le sigo contando lo que no puedo contar a nadie (hoy también me espera en el hotel). Y sigo haciéndole partícipe, por ejemplo, del miedo que siento por tener que pronunciar estas palabras, y, sobre todo, ante quienes debo hacerlo. Gorogó, estás aquí - mi mejor invento -, estás a mi lado, viejo amigo, en este día inolvidable, con tu ojo derecho ya nublado, como el mío, aunque ya no luzcas aquellos cabellos negros, hirsutos, de limpiachimeneas dickensiano, aunque falten los botones de tu frac azul ... ¡Cómo nos parecemos, Gorogó! ¿Te acuerdas de aquel día, que hoy me devuelves con toda la añoranza y el encanto-desencanto que compone una vida tan larga ... ? ¿Y recuerdas la timidez, el asombro y la audacia de mis casi veinte años, cuando por primera vez me asomé al mundo editorial, del que lo ignoraba todo?


           La osadía que impulsa a los adolescentes y a los ignorantes y a los fabricantes de inventos y de sueños - ¿acaso no son, a veces, una misma cosa? -, todo eso me empujó a llevar mi primera novela - escrita años antes, a los diecisiete - a probar fortuna en una de las más prestigiosas editoriales. Pero mi mayor osadía era no sólo llevar una novela casi adolescente a una importante editorial, sino que, encima, la llevaba escrita a mano, en un cuaderno escolar, cuadriculado, con las tapas de hule negro (si alguien de mi edad me está escuchando, sabrá de qué tipo de libreta hablo. Eran las libretas de la posguerra). Yo iba a Destino cada día, con mi libretita bajo el brazo, diecinueve años y calcetines -que entonces estaban de moda a esa edad - y mi aspecto aún más aniñado del normal. Un empleado que se había fijado en (debía de resultar patética) se conmovió con mis pretensiones y mi libreta y me consiguió una entrevista con el director. Se trataba del novelista Ignacio Agustí, que acababa de tener un enorme éxito con su novela Mariona Rebull.
         Cuando vio mi cuadernito lleno de letras e "inventos", tuvo la delicadeza de no manifestar ni burla ni extrañeza. Debo agradecérselo, era un verdadero señor. Con infinita paciencia, me explicó que debía pasarlo a máquina y que ellos la leerían, y que ya me dirían algo. Aún hoy me sonrojo recordándolo. Era la criatura más ignorante y despistada de cuanto el mundo editorial se refería.
         Nadie de mi entorno, ni familiares, ni amistades, conocidos o saludados (como diría Josep Pla) había tenido nada que ver con el mundo editorial. Eran lectores, eso sí, pero de la confección de un libro lo ignoraban todo. Afortunadamente, la lectura y los libros no escasearon en mi casa ni en mi familia. Cosa que he de agradecerles, porque no era muy frecuente en la España de entonces.
Pocos días después, tuve la enorme alegría - y, por qué no decirlo, el vago temor- de que la editorial Destino me contratase el libro. Eso sí, con la sorpresa de mi estupefacto padre, a quien yo no había anticipado nada de aquellos afanes, y que fue requerido para dar validez a mi contrato con su firma, pues yo era menor de edad.
         Animada por el éxito de aquellos primeros pasos, y enterada de la existencia del Premio Nadal -que había ganado otra mujer joven,
Carmen Laforet, aunque ella era algo mayor que yo -, envié mi segunda novela, escrita a los diecinueve, con la esperanza de obtenerlo yo también. No fue así, pero tengo aún la satisfacción y acaso orgullo de constatar que quedó en tercer lugar, cuando se llevó el premio el gran Miguel Delibes.


           La novela citada, llamada Los AbeI, y escrita, que no publicada, a los diecinueve años, suplantó en el contrato a Pequeño teatro (que, once años más tarde, obtuvo el Premio Planeta). Y ese fue mi verdadero bautizo de entrada en el mundo editorial. Empecé a conocer a escritores y todo tipo de gentes de "invenciones", puesto que me aparté totalmente del que había sido hasta aquel momento mi entorno natural. Conocí y viví un clima distinto, muy distinto del que había sido el mío habitual hasta aquel momento, y que, paradójicamente, resultaba mucho más afín a mi naturaleza. Y continué inventando invenciones, y viene a mi memoria un día en que inventé el "arzadú"... Brotaba esporádica, espontáneamente, cuando buscaba el nombre de una flor. Si existía, vivía sólo en la memoria de su delicadeza, su color, su perfume, aunque no constara en ningún libro ni catálogo de botánica. Y, así, llegó un día en que estudiosos y minuciosos profesores y escolares americanos se
interesaron por el arzadú, y me brearon a preguntas: no lo encontraban por ninguna parte. Y yo, cobarde, me presté a seguir inventando el arzadú. Tuve que continuar inventándolo durante años, incluso me vi obligada a dibujarlo en las pizarras, y variaba su color, del rojo al blanco, según me pareciera pertinente... Desde aquí les pido perdón a aquellas gentes de buena voluntad. Tómenlo como lo que era: una invención más. La había introducido no sólo en algunos de mis cuentos, sino también en alguna novela; y, al fin, yo me lo creía, y me lo creo: el arzadú brota cada primavera, o cada otoño, en las vastas y ahora ya remotas colinas de los sueños. De los sueños que convierten Aldonzas en Dulcineas, y quién sabe cuántas flores más. Tantas como soñadores, o poetas existan.


        Y cuando por fin vi publicado por vez primera mi primer libro, Los Abel, dormí toda la noche con el ejemplar bajo la almohada. Y el gran honor con el que hoy se me ha distinguido reúne para mí tanto una trayectoria literaria como vital: no puedo separar la una de la otra. Desde que tengo uso de razón, he leído, he escrito, he escuchado... Desde aquel primer cuento inventado a los cinco años hasta este último libro, que los recoge casi todos, compruebo con satisfacción que por fin el cuento ha ingresado entre los géneros respetados de nuestra literatura. Aun cuando contemos con entre sus cultivadores desde el inmenso Cervantes, que honra con su nombre este premio, hasta los más recientes de nuestros escritores, jóvenes y no tan jóvenes, hasta hace poco aún se lo ha considerado literatura "menor". Pero por fin en España se empieza a reconocer en el cuento, en el relato corto, el valor y la importancia que merece.
         Sobre la famosa crueldad de los cuentos de hadas -que, por cierto, no fueron escritos para niños, sino que obedecen a una tradición oral, afortunadamente recogida por los hermanos Grimm,
Perrault y Andersen, y en España, donde tanta falta hacía, por el gran Antonio Almodóvar, llamado" el tercer hermano Grimm" -, me estremece pensar y saber que se mutilan, bajo pretextos inanes de corrección política más o menos oportunos, y que unas manos depredadoras, imaginando tal vez que ser niño significa ser idiota, convierten verdaderas joyas literarias en relatos no sólo mortalmente aburridos, sino, además, necios. ¿Y aún nos preguntamos por qué los niños leen poco? Yo recuerdo aquellos días en Sitges, hace años, cuando algunas tardes de otoño venía a mi casa un tropel de niños y, junto al fuego - como está mandado -, oían embelesados repetir por enésima vez las palabras mágicas: "Érase una vez ... " y habían dejado la televisión para escucharlas.


         Yo no había cumplido los once años cuando estalló la guerra civil española. Unos niños acostumbrados a no salir de casa si no era acompañados por sus padres o la niñera nos vimos haciendo interminables colas para conseguir pan o patatas. No es raro, pues, que yo me permitiera, años más tarde, definir esa generación a la que pertenezco como la de "los niños asombrados". Porque nadie nos había consultado en qué lado debíamos situarnos. Nadie nos había informado de nada y nos encontramos formando parte de un lado o de otro, tal y como me confesó un día Jaime Salinas. Yo, ahora, sólo recuerdo que el mundo se había vuelto del revés, que por primera vez vi la muerte, cara a cara, en toda su devastadora magnitud; no condensada, como hasta aquel momento, en unas palabras -" el abuelito se ha ido y no volverá ... " - , sino a través de la visión, en un descampado, de un hombre asesinado. Y conocimos el terror más indefenso: el de los bombardeos. Y aquellos cuentos, aquellas historias "impropias para niños", añadieron en su ruta interna de niña asombrada un aprendizaje. Atroz. Mucho más atroz que los cuentos de hadas.
         En lugar de cuentos aislados, empecé a escribir entonces una revista, de la que era editora, escritora y repartidora, una revista “ a
Mano” que se pasaban unos a otros mis hermanos y mis primos, algún amigo... Había de todo: desde cuentos, por supuesto (que siempre acababan con un "continuará" del que yo aún no tenía clara noticia), hasta crítica de cine, con sus correspondientes fotografías recortadas de alguna revista. Y recuerdo ahora como, en medio de todo aquel horror, qué encanto, qué maravilloso invento de la vida era para mí aquella llamada revistilla... y todo lo que yo ignoraba, que sería lo que continuaría mañana ...


          Entonces escribí mi primera novela. Se llamaba Juanito y ocurría durante la Revolución Francesa. Pero pueden imaginar qué extraña Revolución Francesa relataba ... Claro está: me la inventé, pero algo tienen los inventos-sueños, porque, cuando durante la noche, toda la casa dormida, acudía al cuarto de mis dos hermanos, José Antonio y José Luis, y, ayudada por una linternilla de pilas, se la leía, protestaban cuando yo decía "continuará" (y eso quería
decir hasta la noche siguiente). Entonces parecía llenarse de magia la habitación a oscuras de los niños. Niños asombrados – como cuando, en cierta ocasión, vi surgir, al partir un terrón de azúcar en la oscuridad, una chispita azul-, algo que me reveló que yo sería escritora, o que ya lo era.
Con ello sólo quiero decir que aquella lucecita azul, aquel virus, no me abandonó nunca. Cuando Alicia, por fin, atravesó el cristal del espejo y se encontró, no solo con su mundo de maravillas, sino consigo misma, no tuvo necesidad de consultar ningún folleto explicativo. Se lo inventó, como la música de papá.
         Ahora, tras estas deshilvanadas palabras, ojalá haya logrado trasmitirles algo de mi alegría, mi gratitud por la distinción que aquí me trae. Y me permito hacerles un ruego: si en algún momento tropiezan con una historia, o con alguna de las criaturas que trasmiten mis libros, por favor créanselas. Créanselas porque me las he inventado.
Muchas gracias.


        Hace años que quiero leer Olvidado Rey Gudú pero por cosas de la visa, aún no ha caído en mis manos, nisiquiera lo tengo en casa, pero lo bueno de los libros es que siempre siguen ahí así que, quién sabe, tal vez pronto...









martes, 26 de abril de 2011

Un cuentacuentos para personas mayores.

               Hace unos días mi amiga Elena me llamó y me preguntó si yo hacía cuentacuentos para adultos, yo le dije la verdad, los únicos cuentacuentos que había hecho eran para mi familia pero si ella se fiaba de mí, yo encantada me liaba la manta a la cabeza y me iba a la residencia de ancianos en la que trabaja a contar un cuento.
                Total, que se fio de mí y aunque la cosa era un poco precipitada me ha dado tiempo a preparar una de las miles de leyendas que tiene la ciudad de Sevilla para contarles a los abuelitos. Ya me conocéis, soy una miedosa tremenda y ayer por la noche parecía que tenía un examen de la carrera en lugar de un cuentacuentos pero también estaba muy ilusionada con la idea.

             Jaime, que está de vacaciones, me ha ayudado y hemos hecho un powerpoint para ilustrar la historia. Él iba pasando las imágenes y haciéndome fotos a la vez J


          A pesar de todos mis nervios y mis miedos la cosa ha salido bastante bien y mi público, que me infundía muchísimo respeto (quería que pasaran un buen rato y no sabía si lo conseguiría) ha sido de lo más agradable. Además, he conseguido hablar lo suficientemente alto como para que todos, hasta los del final, me oyeran. Yo siempre hablo muy bajito así que ha sido un gran logro, jeje.


              He contado una leyenda de una calle que está muy cerquita de la residencia, la de Cabeza del rey don Pedro, os dejo un enlace aquí para que la conozcáis si queréis. Mi versión no es exactamente así porque es de otra fuente pero más o menos, la historia es la misma.



             Y después de las fotos en las que me veis a mí contar la historia (no sé qué me pasa cuando cuento cosas que me pongo feísima pero me gusta enseñaros estas cosillas que voy haciendo), os dejo también una de la calle en cuestión por si os apetece conocerla.


               ¡Ah! En las fotos no se ve, pero la sala estaba llena hasta el fondo J
                Nada más por hoy, un abrazo grande a todos y nos leemos.

miércoles, 13 de abril de 2011

Humildes consejos y cavilaciones de una lectora voraz.

1. La familia y los libros.

Con más miedo que otra cosa abrimos una nueva sección en el Matilda. Hace tiempo que tenía ganas de hacerlo pero no terminaba de animarme y finalmente he pensado, “si esto es un blog para el fomento de la lectura, ¿no deberíamos hablar de eso también?”. Y aunque sé que los artículos de Lectura Lab tienen mucho más que aportar que mis humildes consejos, he querido contaros un poco mi punto de vista.
Hoy vamos a hablar de algo que yo considero fundamental. La familia, el entorno más próximo al pequeño a la hora de acercarse a los libros. Seguramente podríamos decir muchas, muchas cosas pero yo quiero resaltar fundamentalmente tres.
Para empezar, os cuento que durante el tiempo que trabajé en la librería todos los días venía una madre o un padre a decirme que quería que su hijo leyera y ante mi pregunta “¿usted lee?” siempre decía lo mismo, “yo no tengo tiempo”. Aún a riesgo de parecer borde alguna vez contesté que, entonces, el peque seguramente tampoco lo tendría porque nunca vería la lectura como algo tan divertido como la tele, los videojuegos, el parque… ¿por qué? Porque en este día a día caótico en la que vivimos conseguimos sacar tiempo para lo que nos gusta y si a papá o a mamá no les gusta leer, ¿por qué me va a gustar a mí?


Puede parecer tonto pero, por muchos cuentos que un niño tenga en casa, si para sus mayores leer no es atractivo en absoluto para él, lo más probable  es que tampoco lo sea porque, nos guste o no, los libros se relacionan con el estudio y el cole y es en casa donde mejor nos pueden enseñar la parte más bonita de ellos.
Por el contrario, si un niño ve desde pequeñito que sus padres leen, si los paseos a las librerías o bibliotecas son algo normal, si un regalo en forma de libro se celebra y se valora, entenderá que ahí hay algo interesante y del mismo modo que yo quería ser mayor para jugar con mis padres y mis tíos a los juegos de mesa con los que tanto se reían, querrá coger un libro con la misma ilusión con que lo cogen sus padres o sus abuelos.
Creo de verdad que el entusiasmo por la lectura es contagioso y desde luego, algo tan bonito debe ser contagiado. Mis niños, claro, saldrán del hospital con un cuento J
Y ya en casa, cuando quieran empezar a bichear, tendrán un millón de estanterías en las que revolver. Esto me parece muy importante. Yo siempre he tenido libros a mano, mi casa, las de mis abuelos, las de mis tíos… en todas encontraba estanterías en las que investigar y en cualquier momento de aburrimiento podía recurrir a una enciclopedia, un libro de animales llenos de fotos, uno de historia con dibujos… No eran los míos pero estaban allí y yo podía aprender con ellos y sobre todo, entretenerme y pasarlo bien. Formaban parte de mi día a día y por eso nunca hubo que forzarlos para que entraran.

Por último, no sé si a vosotros os pasa pero toda mi vida de lectora está unida a recuerdos. Personas, momentos, lugares… y los primeros recuerdos que puedo asociar a los libros vienen de la mano de mis padres, mis hermanos, mis abuelos, mis tíos y mis primos y todos son bonitos y agradables.
Supongo que me puedo considerar muy afortunada por tener estos recuerdos. Los de mis tíos leyéndome, los de mi madre enseñándome un libro que me iba a gustar, los de mi padre comentando conmigo el último que me había leído, los de la Madrina preguntándome, “¿qué lees ahora Mariquilla?”. Mis hermanos y yo nos tumbábamos en una toalla en el jardín y leíamos juntos el último Asterix o Tintín que nos hubieran regalado y con mis primas Vi y Nuria leía el libro que tuviéramos entre manos turnándonos, una página cada una.  ¿Cómo no me va a gustar leer? Esos recuerdos han seguido creciendo y los tengo de toda mi vida pero os puedo asegurar que para mí, como para cualquier niño esos primeros son importantes. Yo relaciono, inconscientemente los libros con momentos en que fui feliz y mi familia se encargó de regalarme esos momentos.


Por eso creo que la familia es fundamental a la hora de potenciar el gusto por los libros en los niños, estas son mis experiencias pero sé que casi todo lector que se precie recuerda un cuento que le leyó su abuelo, un regalo inesperado de la abuela, un consejo de mamá o un viejo ejemplar de papá… Es el primer paso, ¡ vamos a provecharlo!
Hasta aquí los primeros humildes consejos y cavilaciones de esta lectora voraz, ¿os ha parecido aburrido?, ¿creéis que la sección vale la pena? Me gustaría que me lo contarais para poder mejorarlo y si queréis animaros a contar algo de vuestra experiencia a mí me gustaría mucho leerlo.
Un abrazo a todos.


lunes, 11 de abril de 2011

¡Tierra de monstruos! Las crónicas de Ratbridge. Volumen 1. Alan Snow.

El libro que traigo hoy es, como tantas otras veces, de los que han pasado antes por las manos de mi hermana que por las mías.  Yo lo vi en la librería y no pude evitar llevármelo a casa pero entre unas cosas y otras, Blanca se lo leyó antes que yo y le gustó muchísimo. Cuando yo me animé a bucear en él, ya sabía que era un libro especial.
Y es que, no me diréis que una portada como esta no da muchas pistas, ¿no os parece estupenda?
Arthur, el joven nieto de un inventor, sale como todas las noches de su peculiar casa para buscar comida pero, esta vez, las cosas no serán como los demás días ya que ve algo horrible, ¡una cacería de quesos! Eso es totalmente ilegal en Ratbridge y el protagonista de nuestra historia no querrá irse sin saber qué está pasando. Por desgracia, las cosas se van a complicar mucho más de lo esperado y Arthur se verá atrapado en la superficie de la ciudad, sin poder volver a casa con su abuelo y sabiendo de Archibald Snacher, el jefe de los cazadores de quesos, trama algo muy malo.
Menos mal que no estará solo y el antiguo abogado de la reina, Willbury, acompañado de sus amigos, tres cajatrol y un cabezacol, le ayudarán a encontrar una solución a los problemas.
No sé qué os parecerá a vosotros pero yo creo que nadie puede perderse una aventura como esta, llena de personajes totalmente nuevos para nosotros y muy originales, pero sobre todo, muy, muy tiernos y divertidos.
En este libro, los malos son tan malos como tontos y los buenos, tan buenos como despistados así que los despropósitos y los cambios de dirección se suceden continuamente, de pronto parece que todo va a salir bien y al minuto siguiente no vemos escapatoria a una situación realmente preocupante, si a esto le sumamos que Ratbridge no es una ciudad normal y que sus habitantes no son nada convencionales, tenemos una historia llena de divertidos disparates y momentos sorprendentes en todas las páginas.


Además, está ilustrado por el autor y es una delicia ir pasando hojas y encontramos con los personajes retratados y las calles de Ratbridge para que no se nos pase ni un detalle.
Ediciones B lo cataloga a partir de 10 años, yo debo avisar que tiene un pequeño inconveniente (por supuesto más que superable), 559 páginas y 55 capítulos que pueden asustar a los lectores menos experimentados. Como siempre, desde mi humilde posición de lectora voraz, animo a que esto no se tome muy en cuenta ya que es libro es sorprendentemente rápido, tiene un ritmo muy ágil y no aburre en ningún momento. Los diálogos son sencillos pero están muy presentes y el humor no desaparece en ningún momento. Además, en todas las páginas encontramos dibujos. De verdad, que no os haga dudar el hecho de que sea un “libro gordo” porque realmente vale la pena.
Me diréis que este es el volumen 1, ¿qué pasa con los demás? Pues la verdad es que no lo sé. Yo no he encontrado más información pero sí la página web en inglés que es muy simpática http://www.here-be-monsters.com/flash/ y algún que otro rumor de que ya se han comprado los derechos para hacer la película, si es así yo no me la pienso perder J
Espero que la recomendación de hoy os guste porque es de esos libros diferentes que nos hacen pasar ratos muy divertidos y entrañables.
Un abrazo a todos y nos leemos.

jueves, 7 de abril de 2011

Variadito y disculpas.

            Tenía esta entrada pendiente desde hacía tiempo y he preferido subirla antes de publicar las nuevas entradas sobre libros.
            ¡Es un variadito con muchas cosas!
            Para empezar os cuento que Cuando Matilda se haga mayor ha recibido su primer premio y lo ha hecho de la mano de El cuento de nunca acabar, ¡muchas gracias Gijón!











           Matilda también ha tenido suerte y Marta de Un bebe en la mochila y Albertina de De chupetes y babas le han regalado otro premio. En este hay que contar 7 cosas de una misma así que allá voy:

            Me considero una persona afortunada por todo lo que tengo y los reveses de la vida no han conseguido que esto deje de ser así.
            Soy tremendamente tímida y en las reuniones grandes (aunque sea con amigos o familia) suelo estar callada y escuchando.
            Desde que tenía 9 años y leí Sherlock Holmes quiero viajar a Inglaterra, aún no lo he conseguido (con lo cerca que está, ¿verdad?) pero esta ilusión crece con el tiempo así que, ya caerá J
            Tengo muchas, muchas ganas de ser mamá.
            El mundo de la literatura infantil me apasiona y aunque sé que es difícil y me está costando muchísimo, no pierdo la esperanza de poder dedicar mi vida profesional a él, ¿algún consejo?
            Mi marido Jaime y mi perrito miedoso, Byron, son mi compañía diaria y no cambio ni un minuto con ellos por nada del mundo.
            Me encantan el té y las infusiones y me vuelven loca las tazas con tapa y las teteras.
            Debería pasar los premios pero es que como voy tan tarde ya los tenéis casi todos y me voy a repetir así que, el que quiera contarnos siete cosas sobre él o ella, ¡chachi! Y ya sabéis que pienso que toooodos los blogs que leo se merecen no uno sino mil premios.

           Cambiando de tema, ¡Matilda ya ha llegado a los 100 compañeros de viaje!Muchísimas gracias a todos, me ha hecho mucha ilusión llegar a este número tan bonito. Una mención especial a la compañera 98, mi primilla Gema, no me esperaba encontrarla por aquí y ha sido una alegría.

Y sigo porque la cosa va de concursos.
            El blog de Goizeder, Cuéntate la vida, un blog genial,  cumple un año y lo celebra con un concurso más que apetecible, sortea un ejemplar de Un féretro en el tocador de señoras de Regina Román, ¿os lo vais a perder? Yo, desde luego, no. Pinchad en la imagen del banner lateral para ver las bases.

         Y Aquí me quedé, el blog de Luisa, también está de cumpleaños, su primer añito en el que nos ha contado muchísimas cosas interesantes y lo quiere celebrar con otro libro estupendo, esta vez más serio. Sortea un ejemplar de La mujer y el paisaje de Stefan Zweig, ¿a qué esperáis para apuntaros? Lo mismo, pinchad el banner para enteraros.

          Y por último, pediros por enésima vez disculpas porque ando medio despistada y voy a veros mucho menos de lo que quisiera, además, casi no os comento y tengo pendientes un millón de entradas en mis blogs. Lo bueno y lo malo del paro es que tienes un mucho tiempo para rellenar y me parece que yo estoy intentando hacerlo con más cosas de las que caben. Digamos que estoy cambiando de etapa vital y la reorganización está siendo un poco complicada ;) Además, debo de estar bajilla de defensas que no dejo pasar por delante sin cogerlo ni un resfriado, dolor de muelas, bajón de tensión, yaga… y como soy muy dramática enseguida estoy debajo de una manta, jeje. Bueno, no tanto pero es verdad que tengo más parones de los que quisiera.

           Nada más, como siempre, gracias por venir a verme y por el apoyo y el ánimo que me regaláis, sois un regalo todos los días, leeros y que me leáis es una de las cosas más chulas de la nueva etapa J
            Un abrazo grande a todos, nos leemos y escribimos.



sábado, 2 de abril de 2011

¡Feliz Día de la Literatura Infantil y Juvenil!

       Hoy, coincidiendo con el cumpleaños de Hans Christian Andersen, se celebra en todo el mundo el Día de la Literatura Infantil y Juvenil.
      

        Mi consejo es que no dejéis de celebrarlo y que grandes y chicos, o mejor aún, grandes con chicos y chicos con grandes, salgáis a pasear y a visitar librerías y bibliotecas para llenar la casa de cuentos. Hoy tendréis actividades, juegos, cuentacuentos..., ¡no os lo podéis perder! Es un día especial para los cuentos y casi seguro, en el mundo de las hadas, Campanilla está deseando ver como los niños aplauden ante libros de preciosas ilustraciones. No desaprovechéis esta maravillosa oportunidad de demostrarles a los más pequeños lo mágica y divertida que es la lectura.

       Por mi parte, yo quiero rendir homenáje a ese gran cuentista que fue Andersen y que tantos ratos buenos nos ha regalado a todos así que aquí os dejo, de todos los suyos, mi cuento preferido.

 El patito feo.



¡Qué lindos eran los días de verano! ¡Qué agradable resultaba pasear por el campo y ver el trigo amarillo, la verde avena y las parvas de heno apilado en las llanuras! Sobre sus largas patas rojas iba la cigüeña junto a algunos flamencos, que se paraban un rato sobre cada pata. Sí, era realmente encantador estar en el campo.
Bañada de sol se alzaba allí una vieja mansión solariega a la que rodeaba un profundo foso; desde sus paredes hasta el borde del agua crecían unas plantas de hojas gigantescas, las mayores de las cuales eran lo suficientemente grandes para que un niño pequeño pudiese pararse debajo de ellas. Aquel lugar resultaba tan enmarañado y agreste como el más denso de los bosques, y era allí donde cierta pata había hecho su nido. Ya era tiempo de sobra para que naciesen los patitos, pero se demoraban tanto, que la mamá comenzaba a perder la paciencia, pues casi nadie venía a visitarla.
Al fin los huevos se abrieron uno tras otro. “¡Pip, pip!”, decían los patitos conforme iban asomando sus cabezas a través del cascarón.
-¡Cuac, cuac! -dijo la mamá pata, y todos los patitos se apresuraron a salir tan rápido como pudieron, dedicándose enseguida a escudriñar entre las verdes hojas. La mamá los dejó hacer, pues el verde es muy bueno para los ojos.
-¡Oh, qué grande es el mundo! -dijeron los patitos. Y ciertamente disponían de un espacio mayor que el que tenían dentro del huevo.
-¿Creen acaso que esto es el mundo entero? -preguntó la pata-. Pues sepan que se extiende mucho más allá del jardín, hasta el prado mismo del pastor, aunque yo nunca me he alejado tanto. Bueno, espero que ya estén todos -agregó, levantándose del nido-. ¡Ah, pero si todavía falta el más grande! ¿Cuánto tardará aún? No puedo entretenerme con él mucho tiempo.
Y fue a sentarse de nuevo en su sitio.
-¡Vaya, vaya! ¿Cómo anda eso? -preguntó una pata vieja que venía de visita.
-Ya no queda más que este huevo, pero tarda tanto… -dijo la pata echada-. No hay forma de que rompa. Pero fíjate en los otros, y dime si no son los patitos más lindos que se hayan visto nunca. Todos se parecen a su padre, el muy bandido. ¿Por qué no vendrá a verme?
-Déjame echar un vistazo a ese huevo que no acaba de romper -dijo la anciana-. Te apuesto a que es un huevo de pava. Así fue como me engatusaron cierta vez a mí. ¡El trabajo que me dieron aquellos pavitos! ¡Imagínate! Le tenían miedo al agua y no había forma de hacerlos entrar en ella. Yo graznaba y los picoteaba, pero de nada me servía… Pero, vamos a ver ese huevo…
-Creo que me quedaré sobre él un ratito aún -dijo la pata-. He estado tanto tiempo aquí sentada, que un poco más no me hará daño.
-Como quieras -dijo la pata vieja, y se alejó contoneándose.
Por fin se rompió el huevo. “¡Pip, pip!”, dijo el pequeño, volcándose del cascarón. La pata vio lo grande y feo que era, y exclamó:
-¡Dios mío, qué patito tan enorme! No se parece a ninguno de los otros. Y, sin embargo, me atrevo a asegurar que no es ningún crío de pavos.
Al otro día hizo un tiempo maravilloso. El sol resplandecía en las verdes hojas gigantescas. La mamá pata se acercó al foso con toda su familia y, ¡plaf!, saltó al agua.
-¡Cuac, cuac! -llamaba. Y uno tras otro los patitos se fueron abalanzando tras ella. El agua se cerraba sobre sus cabezas, pero enseguida resurgían flotando magníficamente. Movíanse sus patas sin el menor esfuerzo, y a poco estuvieron todos en el agua. Hasta el patito feo y gris nadaba con los otros.
-No es un pavo, por cierto -dijo la pata-. Fíjense en la elegancia con que nada, y en lo derecho que se mantiene. Sin duda que es uno de mis pequeñitos. Y si uno lo mira bien, se da cuenta enseguida de que es realmente muy guapo. ¡Cuac, cuac! Vamos, vengan conmigo y déjenme enseñarles el mundo y presentarlos al corral entero. Pero no se separen mucho de mí, no sea que los pisoteen. Y anden con los ojos muy abiertos, por si viene el gato.
Y con esto se encaminaron al corral. Había allí un escándalo espantoso, pues dos familias se estaban peleando por una cabeza de anguila, que, a fin de cuentas, fue a parar al estómago del gato.
-¡Vean! ¡Así anda el mundo! -dijo la mamá relamiéndose el pico, pues también a ella la entusiasmaban las cabezas de anguila-. ¡A ver! ¿Qué pasa con esas piernas? Anden ligeros y no dejen de hacerle una bonita reverencia a esa anciana pata que está allí. Es la más fina de todos nosotros. Tiene en las venas sangre española; por eso es tan regordeta. Fíjense, además, en que lleva una cinta roja atada a una pierna: es la más alta distinción que se puede alcanzar. Es tanto como decir que nadie piensa en deshacerse de ella, y que deben respetarla todos, los animales y los hombres. ¡Anímense y no metan los dedos hacia adentro! Los patitos bien educados los sacan hacia afuera, como mamá y papá… Eso es. Ahora hagan una reverencia y digan ¡cuac!


Todos obedecieron, pero los otros patos que estaban allí los miraron con desprecio y exclamaron en alta voz:
-¡Vaya! ¡Como si ya no fuésemos bastantes! Ahora tendremos que rozarnos también con esa gentuza. ¡Uf!… ¡Qué patito tan feo! No podemos soportarlo.
Y uno de los patos salió enseguida corriendo y le dio un picotazo en el cuello.
-¡Déjenlo tranquilo! -dijo la mamá-. No le está haciendo daño a nadie.
-Sí, pero es tan desgarbado y extraño -dijo el que lo había picoteado-, que no quedará más remedio que despachurrarlo.
-¡Qué lindos niños tienes, muchacha! -dijo la vieja pata de la cinta roja-. Todos son muy hermosos, excepto uno, al que le noto algo raro. Me gustaría que pudieras hacerlo de nuevo.
-Eso ni pensarlo, señora -dijo la mamá de los patitos-. No es hermoso, pero tiene muy buen carácter y nada tan bien como los otros, y me atrevería a decir que hasta un poco mejor. Espero que tome mejor aspecto cuando crezca y que, con el tiempo, no se le vea tan grande. Estuvo dentro del cascarón más de lo necesario, por eso no salió tan bello como los otros.
Y con el pico le acarició el cuello y le alisó las plumas.
-De todos modos, es macho y no importa tanto -añadió-, Estoy segura de que será muy fuerte y se abrirá camino en la vida.
-Estos otros patitos son encantadores -dijo la vieja pata-. Quiero que se sientan como en su casa. Y si por casualidad encuentran algo así como una cabeza de anguila, pueden traérmela sin pena.
Con esta invitación todos se sintieron allí a sus anchas. Pero el pobre patito que había salido el último del cascarón, y que tan feo les parecía a todos, no recibió más que picotazos, empujones y burlas, lo mismo de los patos que de las gallinas.
-¡Qué feo es! -decían.
Y el pavo, que había nacido con las espuelas puestas y que se consideraba por ello casi un emperador, infló sus plumas como un barco a toda vela y se le fue encima con un cacareo, tan estrepitoso que toda la cara se le puso roja. El pobre patito no sabía dónde meterse. Sentíase terriblemente abatido, por ser tan feo y porque todo el mundo se burlaba de él en el corral.
Así pasó el primer día. En los días siguientes, las cosas fueron de mal en peor. El pobre patito se vio acosado por todos. Incluso sus hermanos y hermanas lo maltrataban de vez en cuando y le decían:
-¡Ojalá te agarre el gato, grandulón!
Hasta su misma mamá deseaba que estuviese lejos del corral. Los patos lo pellizcaban, las gallinas lo picoteaban y, un día, la muchacha que traía la comida a las aves le asestó un puntapié.
Entonces el patito huyó del corral. De un revuelo saltó por encima de la cerca, con gran susto de los pajaritos que estaban en los arbustos, que se echaron a volar por los aires.
“¡Es porque soy tan feo!” pensó el patito, cerrando los ojos. Pero así y todo siguió corriendo hasta que, por fin, llegó a los grandes pantanos donde viven los patos salvajes, y allí se pasó toda la noche abrumado de cansancio y tristeza.


A la mañana siguiente, los patos salvajes remontaron el vuelo y miraron a su nuevo compañero.
-¿Y tú qué cosa eres? -le preguntaron, mientras el patito les hacía reverencias en todas direcciones, lo mejor que sabía.
-¡Eres más feo que un espantapájaros! -dijeron los patos salvajes-. Pero eso no importa, con tal que no quieras casarte con una de nuestras hermanas.
¡Pobre patito! Ni soñaba él con el matrimonio. Sólo quería que lo dejasen estar tranquilo entre los juncos y tomar un poquito de agua del pantano.
Unos días más tarde aparecieron por allí dos gansos salvajes. No hacía mucho que habían dejado el nido: por eso eran tan impertinentes.
-Mira, muchacho -comenzaron diciéndole-, eres tan feo que nos caes simpático. ¿Quieres emigrar con nosotros? No muy lejos, en otro pantano, viven unas gansitas salvajes muy presentables, todas solteras, que saben graznar espléndidamente. Es la oportunidad de tu vida, feo y todo como eres.
-¡Bang, bang! -se escuchó en ese instante por encima de ellos, y los dos gansos cayeron muertos entre los juncos, tiñendo el agua con su sangre. Al eco de nuevos disparos se alzaron del pantano las bandadas de gansos salvajes, con lo que menudearon los tiros. Se había organizado una importante cacería y los tiradores rodeaban los pantanos; algunos hasta se habían sentado en las ramas de los árboles que se extendían sobre los juncos. Nubes de humo azul se esparcieron por el oscuro boscaje, y fueron a perderse lejos, sobre el agua.
Los perros de caza aparecieron chapaleando entre el agua, y, a su avance, doblándose aquí y allá las cañas y los juncos. Aquello aterrorizó al pobre patito feo, que ya se disponía a ocultar la cabeza bajo el ala cuando apareció junto a él un enorme y espantoso perro: la lengua le colgaba fuera de la boca y sus ojos miraban con brillo temible. Le acercó el hocico, le enseñó sus agudos dientes, y de pronto… ¡plaf!… ¡allá se fue otra vez sin tocarlo!
El patito dio un suspiro de alivio.
-Por suerte soy tan feo que ni los perros tienen ganas de comerme -se dijo. Y se tendió allí muy quieto, mientras los perdigones repiqueteaban sobre los juncos, y las descargas, una tras otra, atronaban los aires.
Era muy tarde cuando las cosas se calmaron, y aún entonces el pobre no se atrevía a levantarse. Esperó todavía varias horas antes de arriesgarse a echar un vistazo, y, en cuanto lo hizo, enseguida se escapó de los pantanos tan rápido como pudo. Echó a correr por campos y praderas; pero hacía tanto viento, que le costaba no poco trabajo mantenerse sobre sus pies.
Hacia el crepúsculo llegó a una pobre cabaña campesina. Se sentía en tan mal estado que no sabía de qué parte caerse, y, en la duda, permanecía de pie. El viento soplaba tan ferozmente alrededor del patito que éste tuvo que sentarse sobre su propia cola, para no ser arrastrado. En eso notó que una de las bisagras de la puerta se había caído, y que la hoja colgaba con una inclinación tal que le sería fácil filtrarse por la estrecha abertura. Y así lo hizo.
En la cabaña vivía una anciana con su gato y su gallina. El gato, a quien la anciana llamaba “Hijito”, sabía arquear el lomo y ronronear; hasta era capaz de echar chispas si lo frotaban a contrapelo. La gallina tenía unas patas tan cortas que le habían puesto por nombre “Chiquitita Piernascortas”. Era una gran ponedora y la anciana la quería como a su propia hija.
Cuando llegó la mañana, el gato y la gallina no tardaron en descubrir al extraño patito. El gato lo saludó ronroneando y la gallina con su cacareo.
-Pero, ¿qué pasa? -preguntó la vieja, mirando a su alrededor. No andaba muy bien de la vista, así que se creyó que el patito feo era una pata regordeta que se había perdido-. ¡Qué suerte! -dijo-. Ahora tendremos huevos de pata. ¡Con tal que no sea macho! Le daremos unos días de prueba.
Así que al patito le dieron tres semanas de plazo para poner, al término de las cuales, por supuesto, no había ni rastros de huevo. Ahora bien, en aquella casa el gato era el dueño y la gallina la dueña, y siempre que hablaban de sí mismos solían decir: “nosotros y el mundo”, porque opinaban que ellos solos formaban la mitad del mundo , y lo que es más, la mitad más importante. Al patito le parecía que sobre esto podía haber otras opiniones, pero la gallina ni siquiera quiso oírlo.
-¿Puedes poner huevos? -le preguntó.
-No.
-Pues entonces, ¡cállate!
Y el gato le preguntó:
-¿Puedes arquear el lomo, o ronronear, o echar chispas?
-No.
-Pues entonces, guárdate tus opiniones cuando hablan las personas sensatas.
Con lo que el patito fue a sentarse en un rincón, muy desanimado. Pero de pronto recordó el aire fresco y el sol, y sintió una nostalgia tan grande de irse a nadar en el agua que -¡no pudo evitarlo!- fue y se lo contó a la gallina.
-¡Vamos! ¿Qué te pasa? -le dijo ella-. Bien se ve que no tienes nada que hacer; por eso piensas tantas tonterías. Te las sacudirías muy pronto si te dedicaras a poner huevos o a ronronear.
-¡Pero es tan sabroso nadar en el agua! -dijo el patito feo-. ¡Tan sabroso zambullir la cabeza y bucear hasta el mismo fondo!
-Sí, muy agradable -dijo la gallina-. Me parece que te has vuelto loco. Pregúntale al gato, ¡no hay nadie tan listo como él! ¡Pregúntale a nuestra vieja ama, la mujer más sabia del mundo! ¿Crees que a ella le gusta nadar y zambullirse?
-No me comprendes -dijo el patito.
-Pues si yo no te comprendo, me gustaría saber quién podrá comprenderte. De seguro que no pretenderás ser más sabio que el gato y la señora, para no mencionarme a mí misma. ¡No seas tonto, muchacho! ¿No te has encontrado un cuarto cálido y confortable, donde te hacen compañía quienes pueden enseñarte? Pero no eres más que un tonto, y a nadie le hace gracia tenerte aquí. Te doy mi palabra de que si te digo cosas desagradables es por tu propio bien: sólo los buenos amigos nos dicen las verdades. Haz ahora tu parte y aprende a poner huevos o a ronronear y echar chispas.
-Creo que me voy a recorrer el ancho mundo -dijo el patito.
-Sí, vete -dijo la gallina.




Y así fue como el patito se marchó. Nadó y se zambulló; pero ningún ser viviente quería tratarse con él por lo feo que era.
Pronto llegó el otoño. Las hojas en el bosque se tornaron amarillas o pardas; el viento las arrancó y las hizo girar en remolinos, y los cielos tomaron un aspecto hosco y frío. Las nubes colgaban bajas, cargadas de granizo y nieve, y el cuervo, que solía posarse en la tapia, graznaba “¡cau, cau!”, de frío que tenía. Sólo de pensarlo le daban a uno escalofríos. Sí, el pobre patito feo no lo estaba pasando muy bien.
Cierta tarde, mientras el sol se ponía en un maravilloso crepúsculo, emergió de entre los arbustos una bandada de grandes y hermosas aves. El patito no había visto nunca unos animales tan espléndidos. Eran de una blancura resplandeciente, y tenían largos y esbeltos cuellos. Eran cisnes. A la vez que lanzaban un fantástico grito, extendieron sus largas, sus magníficas alas, y remontaron el vuelo, alejándose de aquel frío hacia los lagos abiertos y las tierras cálidas.
Se elevaron muy alto, muy alto, allá entre los aires, y el patito feo se sintió lleno de una rara inquietud. Comenzó a dar vueltas y vueltas en el agua lo mismo que una rueda, estirando el cuello en la dirección que seguían, que él mismo se asustó al oírlo. ¡Ah, jamás podría olvidar aquellos hermosos y afortunados pájaros! En cuanto los perdió de vista, se sumergió derecho hasta el fondo, y se hallaba como fuera de sí cuando regresó a la superficie. No tenía idea de cuál podría ser el nombre de aquellas aves, ni de adónde se dirigían, y, sin embargo, eran más importantes para él que todas las que había conocido hasta entonces. No las envidiaba en modo alguno: ¿cómo se atrevería siquiera a soñar que aquel esplendor pudiera pertenecerle? Ya se daría por satisfecho con que los patos lo tolerasen, ¡pobre criatura estrafalaria que era!
¡Cuán frío se presentaba aquel invierno! El patito se veía forzado a nadar incesantemente para impedir que el agua se congelase en torno suyo. Pero cada noche el hueco en que nadaba se hacía más y más pequeño. Vino luego una helada tan fuerte, que el patito, para que el agua no se cerrase definitivamente, ya tenía que mover las patas todo el tiempo en el hielo crujiente. Por fin, debilitado por el esfuerzo, quedose muy quieto y comenzó a congelarse rápidamente sobre el hielo.
A la mañana siguiente, muy temprano, lo encontró un campesino. Rompió el hielo con uno de sus zuecos de madera, lo recogió y lo llevó a casa, donde su mujer se encargó de revivirlo.
Los niños querían jugar con él, pero el patito feo tenía terror de sus travesuras y, con el miedo, fue a meterse revoloteando en la paila de la leche, que se derramó por todo el piso. Gritó la mujer y dio unas palmadas en el aire, y él, más asustado, metiose de un vuelo en el barril de la mantequilla, y desde allí lanzose de cabeza al cajón de la harina, de donde salió hecho una lástima. ¡Había que verlo! Chillaba la mujer y quería darle con la escoba, y los niños tropezaban unos con otros tratando de echarle mano. ¡Cómo gritaban y se reían! Fue una suerte que la puerta estuviese abierta. El patito se precipitó afuera, entre los arbustos, y se hundió, atolondrado, entre la nieve recién caída.
Pero sería demasiado cruel describir todas las miserias y trabajos que el patito tuvo que pasar durante aquel crudo invierno. Había buscado refugio entre los juncos cuando las alondras comenzaron a cantar y el sol a calentar de nuevo: llegaba la hermosa primavera.
Entonces, de repente, probó sus alas: el zumbido que hicieron fue mucho más fuerte que otras veces, y lo arrastraron rápidamente a lo alto. Casi sin darse cuenta, se halló en un vasto jardín con manzanos en flor y fragantes lilas, que colgaban de las verdes ramas sobre un sinuoso arroyo. ¡Oh, qué agradable era estar allí, en la frescura de la primavera! Y en eso surgieron frente a él de la espesura tres hermosos cisnes blancos, rizando sus plumas y dejándose llevar con suavidad por la corriente. El patito feo reconoció a aquellas espléndidas criaturas que una vez había visto levantar el vuelo, y se sintió sobrecogido por un extraño sentimiento de melancolía.
-¡Volaré hasta esas regias aves! -se dijo-. Me darán de picotazos hasta matarme, por haberme atrevido, feo como soy, a aproximarme a ellas. Pero, ¡qué importa! Mejor es que ellas me maten, a sufrir los pellizcos de los patos, los picotazos de las gallinas, los golpes de la muchacha que cuida las aves y los rigores del invierno.


Y así, voló hasta el agua y nadó hacia los hermosos cisnes. En cuanto lo vieron, se le acercaron con las plumas encrespadas.
-¡Sí, mátenme, mátenme! -gritó la desventurada criatura, inclinando la cabeza hacia el agua en espera de la muerte. Pero, ¿qué es lo que vio allí en la límpida corriente? ¡Era un reflejo de sí mismo, pero no ya el reflejo de un pájaro torpe y gris, feo y repugnante, no, sino el reflejo de un cisne!
Poco importa que se nazca en el corral de los patos, siempre que uno salga de un huevo de cisne. Se sentía realmente feliz de haber pasado tantos trabajos y desgracias, pues esto lo ayudaba a apreciar mejor la alegría y la belleza que le esperaban. Y los tres cisnes nadaban y nadaban a su alrededor y lo acariciaban con sus picos.
En el jardín habían entrado unos niños que lanzaban al agua pedazos de pan y semillas. El más pequeño exclamó:
-¡Ahí va un nuevo cisne!
Y los otros niños corearon con gritos de alegría:
-¡Sí, hay un cisne nuevo!
Y batieron palmas y bailaron, y corrieron a buscar a sus padres. Había pedacitos de pan y de pasteles en el agua, y todo el mundo decía:
-¡El nuevo es el más hermoso! ¡Qué joven y esbelto es!
Y los cisnes viejos se inclinaron ante él. Esto lo llenó de timidez, y escondió la cabeza bajo el ala, sin que supiese explicarse la razón. Era muy, pero muy feliz, aunque no había en él ni una pizca de orgullo, pues este no cabe en los corazones bondadosos. Y mientras recordaba los desprecios y humillaciones del pasado, oía cómo todos decían ahora que era el más hermoso de los cisnes. Las lilas inclinaron sus ramas ante él, bajándolas hasta el agua misma, y los rayos del sol eran cálidos y amables. Rizó entonces sus alas, alzó el esbelto cuello y se alegró desde lo hondo de su corazón:
-Jamás soñé que podría haber tanta felicidad, allá en los tiempos en que era sólo un patito feo.



Os deseo un estupendo Día de la Literatura Infantil y Juvenil :)

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